LA CUEVA DEL INDIO
La tesis central del reciente libro de Steven Pinker, Catedrático de Psicología Experimental en la Universidad de Harvard, titulado ‘Los ángeles que llevamos dentro’, plantea que estamos inmersos en la época con menos violencia y crueldad en la historia de la Humanidad. Según este investigador nunca ha habido menos guerras, menos genocidios y represión, de igual modo que jamás han sido tan bajas las posibilidades de morir violentamente.
Sin
embargo, la violencia, máxime en tiempos difíciles como en los que nos
encontramos inmersos, definida por la Real Academia como “la acción y
efecto de violentar o violentarse” está más presente que nunca y se
manifiesta y percibe por doquier en un contexto darwinista del “sálvese
quien pueda”. Es, desde mi punto de vista, una violencia menos visible,
pero violencia en sí misma, pues conlleva una tendencia a actuar o a
responder con niveles altos de agresividad. Seguro que alguno de ustedes
han vivido en sus propias carnes improperios de ciudadanos que
parapetados tras el volante de sus automóviles hacen verosímiles al
doctor Jekyll y el señor Hyde.
Pero, quizá la violencia más preocupante sea la menos perceptible, la que por verse como algo natural, no se tilda de violencia. Es la violencia que viven, en estos momentos, los cerca de doce millones de personas que en España se desenvuelven en la pobreza y la exclusión social; es la intimidación a la que está sometido un país que sufre continuos recortes en presupuestos sociales; es la dureza institucional hacia los sectores sociales más vulnerables, los paganos de los malabares financieros malintencionados de los más ricos y poderosos.
Los ancianos están resultando especialmente afectados por esta violencia velada, asociada a una valoración social de la vejez como un estado deficitario en términos de salud física y mental, de dependencia económica y de desarraigo. Por ello, cada vez es más frecuente una modalidad de “ancianidad aislada”, que podría asimilarse -salvando las distancias- a la situación en la que vivían las generaciones de mayores en las sociedades cazadoras-recolectoras, en las que al tornarse “improductivos” su comunidad decidía abandonarles a su suerte o ellos mismos lo hacían de ‘motu proprio’, como en el caso de algunos indios americanos, que se escondían en cuevas a la espera de su fin.
La iniciativa en alguna Comunidad Autónoma de convertir hospitales, de reconocido prestigio y punteros en investigación, en geriátricos (para personas mayores de 75 años) resulta cuanto menos inquietante. Inquietante por contextualizarse en un escenario de profundos recortes sociales y sanitarios; inquietante porque en su mayor parte los planes estratégicos de geriatría no contemplan, bajo las actuales circunstancias, la creación de centros de estas características; inquietante porque tampoco las principales asociaciones de médicos geriatras y gerontólogos se han manifestado conformes con la institución de servicios especializados en población mayor. Inquietante, finalmente, porque tomar decisiones de estas características -aparentemente improvisadas- tendría efectos negativos sobre la salud de los pacientes que, en estos momentos, están siendo allí atendidos por especialistas de primer nivel; pero, también, sobre los abuelos que fueran allí derivados, si efectivamente estos geriátricos no dispusieran de los recursos y de los medios adecuados a sus necesidades.
Tomar decisiones de este tipo es arriesgado, pues cabe interpretar que detrás hay una intencionalidad insolidaria hacia los ciudadanos de más edad, incluso de eugenesia negativa, que nos recuerdan las disposiciones legales adoptadas en algunos Estados norteamericanos, a principios del siglo XX, relativas a los internamientos y aislamientos de sectores sociales concretos.
Afortunadamente, alguna de estas iniciativas, a consecuencia de la movilización de los trabajadores y de los pacientes de estos hospitales, se han paralizado, aunque habrá que estar muy atentos a cómo se desenvuelvan los acontecimientos en los próximos meses, pues en unas condiciones de precariedad y de recortes en múltiples ámbitos de lo social, sin apreció de cambios a medio plazo, podría ser verosímil el regreso enmascarado de la caverna del indio. Y, desde luego, nos arrastraría a estadios de nuestra historia tan alejados del presente, que nos haría retroceder sustancialmente en términos de humanidad.
Hilde Sánchez MoralesPero, quizá la violencia más preocupante sea la menos perceptible, la que por verse como algo natural, no se tilda de violencia. Es la violencia que viven, en estos momentos, los cerca de doce millones de personas que en España se desenvuelven en la pobreza y la exclusión social; es la intimidación a la que está sometido un país que sufre continuos recortes en presupuestos sociales; es la dureza institucional hacia los sectores sociales más vulnerables, los paganos de los malabares financieros malintencionados de los más ricos y poderosos.
Los ancianos están resultando especialmente afectados por esta violencia velada, asociada a una valoración social de la vejez como un estado deficitario en términos de salud física y mental, de dependencia económica y de desarraigo. Por ello, cada vez es más frecuente una modalidad de “ancianidad aislada”, que podría asimilarse -salvando las distancias- a la situación en la que vivían las generaciones de mayores en las sociedades cazadoras-recolectoras, en las que al tornarse “improductivos” su comunidad decidía abandonarles a su suerte o ellos mismos lo hacían de ‘motu proprio’, como en el caso de algunos indios americanos, que se escondían en cuevas a la espera de su fin.
La iniciativa en alguna Comunidad Autónoma de convertir hospitales, de reconocido prestigio y punteros en investigación, en geriátricos (para personas mayores de 75 años) resulta cuanto menos inquietante. Inquietante por contextualizarse en un escenario de profundos recortes sociales y sanitarios; inquietante porque en su mayor parte los planes estratégicos de geriatría no contemplan, bajo las actuales circunstancias, la creación de centros de estas características; inquietante porque tampoco las principales asociaciones de médicos geriatras y gerontólogos se han manifestado conformes con la institución de servicios especializados en población mayor. Inquietante, finalmente, porque tomar decisiones de estas características -aparentemente improvisadas- tendría efectos negativos sobre la salud de los pacientes que, en estos momentos, están siendo allí atendidos por especialistas de primer nivel; pero, también, sobre los abuelos que fueran allí derivados, si efectivamente estos geriátricos no dispusieran de los recursos y de los medios adecuados a sus necesidades.
Tomar decisiones de este tipo es arriesgado, pues cabe interpretar que detrás hay una intencionalidad insolidaria hacia los ciudadanos de más edad, incluso de eugenesia negativa, que nos recuerdan las disposiciones legales adoptadas en algunos Estados norteamericanos, a principios del siglo XX, relativas a los internamientos y aislamientos de sectores sociales concretos.
Afortunadamente, alguna de estas iniciativas, a consecuencia de la movilización de los trabajadores y de los pacientes de estos hospitales, se han paralizado, aunque habrá que estar muy atentos a cómo se desenvuelvan los acontecimientos en los próximos meses, pues en unas condiciones de precariedad y de recortes en múltiples ámbitos de lo social, sin apreció de cambios a medio plazo, podría ser verosímil el regreso enmascarado de la caverna del indio. Y, desde luego, nos arrastraría a estadios de nuestra historia tan alejados del presente, que nos haría retroceder sustancialmente en términos de humanidad.
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Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones
Steven Pinker
Traducción de Joan Soler Chic. Paidos. Barcelona, 2012. 1103 páginas. 42 euros
The New York Times Book Review | Publicado el 12/10/2012 | Ver el número en PDF
La dureza de la vida en la Edad Media. Detalle del libroDas Mittelaterlich Hausbuch, 1475-1480
Peter Singer
No es habitual que el subtítulo de un libro lo malvenda, pero Los ángeles que llevamos dentro nos dice mucho más acerca de por qué ha disminuido la violencia. Pinker, catedrático de psicología en la Universidad de Harvard que se dio a conocer por El instinto del lenguaje aborda algunas de las preguntas más importantes que podemos hacernos: ¿son los seres humanos esencialmente buenos o malos? ¿El siglo pasado ha sido testigo de un progreso moral o de un hundimiento moral? ¿Tenemos razones para mostrarnos optimistas respecto al futuro?Si esto les suena como un libro que les gustaría leer, esperen, hay más. En 1.000 páginas repletas de información, Pinker también escribe de un montón de asuntos más concretos. He aquí una muestra: ¿Qué le debemos a la Ilustración? ¿Existe un vínculo entre el movimiento de los derechos humanos y la campaña por los derechos de los animales? ¿Por qué el porcentaje de homicidios es superior en los estados del sur de EE.UU. que en los del norte? ¿Son hereditarias las tendencias agresivas? ¿La disminución de la violencia en ciertas sociedades concretas podría atribuirse a un cambio genético en los miembros de las mismas? ¿Qué relación guarda el coeficiente intelectual de un presidente con el número de muertes en combate en guerras en las que ha participado Estados Unidos? ¿Nos estamos volviendo más inteligentes? ¿Un mundo más inteligente es un mundo mejor?
En su búsqueda de respuestas, Pinker echa mano de las investigaciones recientes en los campos de la historia, la psicología, la ciencia del conocimiento, la economía y la sociología. Y no tiene miedo a aventurarse en aguas filosóficas más profundas, como la función que desempeña la razón en la ética y la pregunta de si, sin religión, algunas opiniones éticas pueden fundamentarse en la razón y otras, no. La tesis central de Los ángeles que llevamos dentro es que nuestra época es menos violenta, menos cruel y más pacífica que cualquier periodo anterior de la existencia humana.La disminución de la violencia se refiere a la violencia dentro de la familia, en los vecindarios, entre las tribus y entre los Estados. Las personas que viven en la actualidad tienen menos posibilidades de morir de muerte violenta o sufrir por la violencia o la crueldad que otros que las personas que han vivido en cualquier siglo pasado.
Material fascinante
Pinker da por sentado que muchos de sus lectores se mostrarán escépticos por esta afirmación, así que dedica seis sustanciosos capítulos a documentarla. A lo mejor esto suena a bodrio pero, para cualquiera que esté interesado en comprender la naturaleza humana, el material es fascinante y, cuando la cosa se pone dura, Pinker sabe aligerarla con comentarios irónicos y un toque de humor.El autor arranca con los estudios sobre las causas de muerte en los distintos pueblos y épocas. Algunos estudios se basan en los esqueletos encontrados en yacimientos arqueológicos; el promedio de los resultados indica que el 15% de los humanos prehistóricos murió de muerte violenta a manos de otra persona. La investigación de las sociedades contemporáneas o de cazadores-recolectores más recientes ofrece una media llamativamente similar, mientras que otro grupo de estudios centrados en las sociedades pre-estatales en las que hubo horticultura muestra un porcentaje aún mayor de muertes violentas. En cambio, entre las sociedades estatales, la más violenta parece haber sido el México azteca, en la que el 5% de los ciudadanos murió a manos de otros.En Europa, incluso durante los periodos más sangrientos -el XVII y la primera mitad del XX- las muertes en las guerras rondaron el 3%. Los datos confirman la idea principal de Hobbes de que, sin un Estado, lo probable es que la vida sea “desagradable, brutal y corta”. Sin embargo, un monopolio estatal sobre el uso legítimo de la fuerza reduce la violencia. Pinker lo llama el “proceso de pacificación”.
No son sólo las muertes en las guerras, sino también los asesinatos, lo que disminuye a largo plazo. Incluso esos pueblos tribales ensalzados por los antropólogos por su “amabilidad”, como los semai de Malasia, los kung del Kalahari y los inuit del Ártico Central, resultan tener unos índices de asesinatos que son, en relación con la población, comparables a los de Detroit. En Europa, la probabilidad de ser asesinado es ahora menos de la décima parte, y en algunos países solo la quinceava parte, de la que uno habría tenido de haber vivido hace 500 años. Los índices de EE.UU. también han disminuido considerablemente en los dos o tres últimos siglos. Pinker considera que esta disminución forma parte del “proceso de civilización”.
Revolución humanitaria
Durante la Ilustración, en la Europa de los siglos XVII y XVIII y en los países bajo influencia europea, tuvo lugar otro cambio importante. La gente empezó a observar con recelo las formas de violencia que anteriormente se habían dado por sentadas: la esclavitud, la tortura, el despotismo, los duelos y las formas extremas de castigo cruel. Incluso empezaron a alzarse voces en contra de la crueldad con los animales. Pinker se refiere a esto como la “revolución humanitaria”.Comparada con el relativamente pacífico periodo que vivió Europa tras 1815, la primera mitad del siglo XX parece la caída en picado en un abismo moral sin precedentes. Pero en el siglo XIII, las brutales conquistas mongolas acabaron con 40 millones de personas -no tan lejos de los 55 millones que murieron en la Segunda Guerra Mundial -en un mundo que sólo tenía la séptima parte de la población de mediados del siglo XX. Los mongoles rodeaban y masacraban a sus víctimas a sangre fría, igual que hacían los nazis, aunque solo tenían hachas de guerra en lugar de pistolas y cámaras de gas.
Desde 1945, hemos sido testigos de un nuevo fenómeno conocido como la “larga paz”: desde hace 66 años, las grandes potencias, y los países desarrollados en general, no han librado guerras entre ellas. Más recientemente, desde el final de la Guerra Fría, una “nueva paz” más amplia parece haberse consolidado. Por supuesto, no es una paz total, pero se ha producido una disminución de todas las clases de conflictos organizados, entre ellos las guerras civiles, los genocidios, la represión y el terrorismo. Pinker admite que quienes siguen la información de los medios de comunicación tendrán una especial dificultad para creerlo pero, como siempre, presenta estadísticas para respaldar sus afirmaciones.
Mujeres, niños, homosexuales
La última tendencia que aborda Pinker es la “revolución de los derechos”, la repugnancia por la violencia infligida a las minorías, las mujeres, los niños, los homosexuales y los animales a lo largo del último medio siglo. Por supuesto, Pinker no sostiene que estos movimientos hayan logrado sus objetivos, pero nos recuerda lo lejos que hemos llegado en poco tiempo.¿Cuál ha sido la causa de estas tendencias beneficiosas? Esta pregunta representa un especial desafío para un autor que ha argumentado sistemáticamente en contra de la idea de que los humanos seamos hojas en blanco sobre las que la cultura y la educación dibujan nuestro carácter, bueno o malo. No ha transcurrido el tiempo necesario para que los cambios se deban a la evolución genética. Por tanto, ¿no demuestran las tendencias que Pinker describe que nuestra naturaleza es más un producto de nuestra cultura que de nuestras características biológicas? Esa forma de expresarlo da por sentada una dicotomía simplista de naturaleza y educación. Para los lectores familiarizados con la literatura sobre psicología evolutiva y su tendencia a disminuir la importancia que la razón tiene en el comportamiento humano, el aspecto más sorprendente de la explicación de Pinker es que el último de los “mejores ángeles” sea la razón.
Los ángeles que llevamos dentro es un libro sumamente importante. Que abarque semejante cantidad de investigaciones repartidas por tantos campos es un logro magistral. Pinker muestra de forma convincente que ha habido una disminución espectacular de la violencia y resulta persuasivo en cuanto a las causas de dicha disminución. ¿Pero qué hay del futuro? Nuestro mejor conocimiento de la violencia, del que el libro de Pinker es un ejemplo, puede ser una herramienta valiosa para mantener la paz y reducir el crimen, pero hay otros factores en juego. Pinker es un optimista, pero sabe que no hay ninguna garantía de que las tendencias que ha documentado se mantengan. Ante las teorías de que el relativamente pacífico periodo actual va a saltar por los aires por un “choque de civilizaciones” con el islam, por el terrorismo nuclear, por la guerra con Irán o las guerras provocadas por el cambio climático, nos da motivos para pensar que tenemos bastantes probabilidades de evitar esos conflictos, pero no más que eso.
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