¿Afrancesados o patriotas?
Mesa redonda
Mesa redonda
La denominación afrancesados surgió en España cuando los ministros y
la aristocracia juraron fidelidad al rey José I tras la renuncia al
trono de Fernando VII y Carlos IV, presionados por Napoleón, y se hizo
extensivo a todos aquellos españoles que, durante la ocupación francesa,
colaboraron con la misma o con la Administración del rey José, ya fuese
por interés personal o por la creencia en que el cambio de dinastía
redundaría en la modernización de España. En general, su nivel de
instrucción media era muy elevado: la gran mayoría de los afrancesados
constituía la clase intelectual y pensante del país. Muchos de ellos
participaron en la elaboración de la Constitución de Bayona de 1810 y un
grupo de unos pocos era de ideas abiertamente revolucionarias, por lo
que a este sector dentro del afrancesamiento se les llamó jacobinos.
Muchos de ellos, los más influyentes, participaron en logias masónicas
bonapartistas, como la madrileña Santa Julia o la gran logia de
Manzanares (Ciudad Real)
Participantes
José Álvarez Junco , Historiador Jean-René Aymes , Historiador Antonio Arribas
Francisco Sánchez Blanco
Entidades Organizadoras
Entidades colaboradoras
José Álvarez Junco , Historiador Jean-René Aymes , Historiador Antonio Arribas
Francisco Sánchez Blanco
Entidades Organizadoras
Entidades colaboradoras
Instituto Cervantes (París)
Colegio de España (París)
Fechas: 16/05/2008 (19:00 h)
Lugar: Instituto Cervantes - Auditorium / Salón de Actos. 7, Rue Quentin Bauchart. 75008 París. (FRANCIA)
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Juego de patriotas. Juan Olabarría.
La primera historia política de la Guerra de la Independencia fue escrita por el conde de Toreno en 1834 bajo un expresivo título: ‘Historia del levantamiento, guerra y revolución en España’. Toreno, político liberal y protagonista de los hechos que narraba, sabía muy bien que el acontecimiento esencial para España no había sido la «lucha contra el francés», sino la instauración del liberalismo. Más de un siglo después, en plena dictadura de Franco, cuando el mensaje parecía totalmente olvidado por la historiografía oficial, apareció una obra renovadora, ‘Los Orígenes de la España Contemporánea’ (1959), cuyo autor, Miguel Artola, defendía la existencia de una revolución liberal española, nacida de la ruptura política e institucional del Antiguo Régimen en 1808. La verdadera entrada de un país en la Edad Contemporánea sólo era constatable a partir de esta profunda transformación.
Para mostrar al lector el alcance de su afirmación, el autor explicaba el Antiguo Régimen; es decir: el absolutismo en lo político y de los estamentos privilegiados (nobleza y clero) en lo social. El vacío de poder creado en 1808 por la ausencia de Fernando VII, será llenado por la insurrección popular contra las antiguas autoridades, lo cual dará lugar a dos procesos paralelos: la guerra y la revolución. La obra de Artola venía a situar la historia de la España contemporánea en el contexto europeo de las revoluciones liberales, sustrayéndola a las interpretaciones casticistas del ‘España es diferente’; por eso suscitó la reacción de Federico Suárez Verdeguer y de la llamada ‘escuela de Navarra’. Para Federico Suárez, la Guerra de la Independencia sólo podía explicarse como una reacción del pueblo en defensa de la tradición monárquico católica, en tanto que el liberalismo no pasaba de ser un mero reflejo de la influencia francesa en intelectuales desarraigados de su patria.
El núcleo de la cuestión era en el fondo el concepto de nación, pues, en tanto Artola entendía la nación española como sujeto de la soberanía, la ideología del régimen franquista identificaba la nación con la tradición político-religiosa. El lector encontrará un buena descripción de esta definición casticista de España en el pensamiento antiliberal de 1808 en la obra de Javier Herrero ‘Los orígenes del pensamiento reaccionario español’. El triunfo de las tesis de Artola en los círculos académicos se hace patente cuando en 1969 se le encarga la redacción del tomo de la Historia de España de Menéndez Pidal bajo el título de ‘La España de Fernando VII’.
Abanico de interpretaciones
El canon interpretativo de Artola, que vinculaba la Guerra de la Independencia con los conceptos de soberanía nacional y liberalismo, era impugnado por la extrema derecha nacional-católica desde los años 60; y empezó a serlo también desde la izquierda marxista en la década siguiente. Josep Fontana, desde la perspectiva de la lucha de clases y de un ‘pueblo proletario’ idealizado, acusa a la burguesía liberal de 1808 de haber frenado las reformas, traicionando así la verdadera revolución. (‘La crisis del Antiguo Régimen’). En los años 70 y 80 se generalizaron las interpretaciones que, desde una perspectiva de lucha de clases, negaban el carácter revolucionario de la sublevación liberal. En cambio a partir de los 90 lo que se puso en duda fue el carácter nacional de la guerra. Así, para José Álvarez Junco la ‘nación española’, la ‘nación de los ciudadanos’ que asume la soberanía y lucha por su independencia; en suma, la nación consciente de sus derechos políticos no fue más que un mito, una construcción mental realizada por historiadores y publicistas, mucho después y muy al margen de lo realmente acontecido ( ‘Mater Dolorosa. La idea de España en el s. XIX’).
Antonio Elorza, especialista en el pensamiento político de la época (‘La ideología liberal en la ilustración española’) se opone frontalmente a las tesis de Álvarez Junco y en un artículo publicado en ‘La aventura de la historia’ afirma, basándose en un amplio conocimiento documental de la época, que los sublevados españoles fueron en todo momento conscientes de que junto a la guerra se estaba abriendo camino una revolución política cuyo sujeto era la nación española.
Rescate de los ‘afrancesados’
Los ‘afrancesados’ fueron rescatados del desprecio unánime de los historiadores por los trabajos de Miguel Artola (‘Los afrancesados’) y Hans Juretscke (‘Los afrancesados en la Guerra de la Independencia’); de ambos autores se desprende que el afrancesamiento no fue sólo mero oportunismo, sino que también albergaba un programa político heredero del despotismo ilustrado, programa expresado en la Constitución de Bayona: reforma sin revolución.
Gracias a las publicaciones de los últimos años el lector puede tener una perspectiva bastante completa de los principales aspectos de la Guerra de la Independencia. Ronald Fraser escribe en 2006 ‘La maldita guerra de España’, una hagiografía populista del guerrillero, visto con las lentes del Che Guevara. Por el contrario, en el mismo año, Charles Esdaile publica sobre el mismo tema un libro escéptico y sumamente desmitificador: ‘España contra Napoleón’, en el que los supuestos patriotas aparecen como gentes que aprovechan el caos para quebrantar la ley en su propio beneficio. ‘La Guerra de la Independencia. Claves españolas en una crisis europea’ es una buena síntesis porque contextualiza la guerra española en el conjunto de las guerras revolucionarias y la insurrección política en el conjunto de revoluciones liberales de la época. Napoleón fue derrotado por una suma de naciones, entre las cuales se encontraba España. Su autor, Enrique Martínez Ruiz, utiliza también el criterio comparativo para explicar la anomalía de la guerra de guerrillas, que se deriva de un hecho insólito en las relaciones internacionales: la negativa de un gobierno a firmar la paz tras una aplastante derrota. Antonio Moliner, especialista en el tema de la insurrección popular, ha editado una obra conjunta. ‘La Guerra de la Independencia en España’, cuyos planteamientos generales también rehuyen el ‘ombliguismo nacional’; en ella, se aborda una gran diversidad de cuestiones: la ayuda británica, la propaganda política, las rebeliones locales contra el Antiguo Régimen, la supervivencia cotidiana. Por tanto, nada de mirarse al ombligo nacional para conmemorar la Guerra de la Independencia.
Lugar: Instituto Cervantes - Auditorium / Salón de Actos. 7, Rue Quentin Bauchart. 75008 París. (FRANCIA)
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Juego de patriotas. Juan Olabarría.
La primera historia política de la Guerra de la Independencia fue escrita por el conde de Toreno en 1834 bajo un expresivo título: ‘Historia del levantamiento, guerra y revolución en España’. Toreno, político liberal y protagonista de los hechos que narraba, sabía muy bien que el acontecimiento esencial para España no había sido la «lucha contra el francés», sino la instauración del liberalismo. Más de un siglo después, en plena dictadura de Franco, cuando el mensaje parecía totalmente olvidado por la historiografía oficial, apareció una obra renovadora, ‘Los Orígenes de la España Contemporánea’ (1959), cuyo autor, Miguel Artola, defendía la existencia de una revolución liberal española, nacida de la ruptura política e institucional del Antiguo Régimen en 1808. La verdadera entrada de un país en la Edad Contemporánea sólo era constatable a partir de esta profunda transformación.
Para mostrar al lector el alcance de su afirmación, el autor explicaba el Antiguo Régimen; es decir: el absolutismo en lo político y de los estamentos privilegiados (nobleza y clero) en lo social. El vacío de poder creado en 1808 por la ausencia de Fernando VII, será llenado por la insurrección popular contra las antiguas autoridades, lo cual dará lugar a dos procesos paralelos: la guerra y la revolución. La obra de Artola venía a situar la historia de la España contemporánea en el contexto europeo de las revoluciones liberales, sustrayéndola a las interpretaciones casticistas del ‘España es diferente’; por eso suscitó la reacción de Federico Suárez Verdeguer y de la llamada ‘escuela de Navarra’. Para Federico Suárez, la Guerra de la Independencia sólo podía explicarse como una reacción del pueblo en defensa de la tradición monárquico católica, en tanto que el liberalismo no pasaba de ser un mero reflejo de la influencia francesa en intelectuales desarraigados de su patria.
El núcleo de la cuestión era en el fondo el concepto de nación, pues, en tanto Artola entendía la nación española como sujeto de la soberanía, la ideología del régimen franquista identificaba la nación con la tradición político-religiosa. El lector encontrará un buena descripción de esta definición casticista de España en el pensamiento antiliberal de 1808 en la obra de Javier Herrero ‘Los orígenes del pensamiento reaccionario español’. El triunfo de las tesis de Artola en los círculos académicos se hace patente cuando en 1969 se le encarga la redacción del tomo de la Historia de España de Menéndez Pidal bajo el título de ‘La España de Fernando VII’.
Abanico de interpretaciones
El canon interpretativo de Artola, que vinculaba la Guerra de la Independencia con los conceptos de soberanía nacional y liberalismo, era impugnado por la extrema derecha nacional-católica desde los años 60; y empezó a serlo también desde la izquierda marxista en la década siguiente. Josep Fontana, desde la perspectiva de la lucha de clases y de un ‘pueblo proletario’ idealizado, acusa a la burguesía liberal de 1808 de haber frenado las reformas, traicionando así la verdadera revolución. (‘La crisis del Antiguo Régimen’). En los años 70 y 80 se generalizaron las interpretaciones que, desde una perspectiva de lucha de clases, negaban el carácter revolucionario de la sublevación liberal. En cambio a partir de los 90 lo que se puso en duda fue el carácter nacional de la guerra. Así, para José Álvarez Junco la ‘nación española’, la ‘nación de los ciudadanos’ que asume la soberanía y lucha por su independencia; en suma, la nación consciente de sus derechos políticos no fue más que un mito, una construcción mental realizada por historiadores y publicistas, mucho después y muy al margen de lo realmente acontecido ( ‘Mater Dolorosa. La idea de España en el s. XIX’).
Antonio Elorza, especialista en el pensamiento político de la época (‘La ideología liberal en la ilustración española’) se opone frontalmente a las tesis de Álvarez Junco y en un artículo publicado en ‘La aventura de la historia’ afirma, basándose en un amplio conocimiento documental de la época, que los sublevados españoles fueron en todo momento conscientes de que junto a la guerra se estaba abriendo camino una revolución política cuyo sujeto era la nación española.
Rescate de los ‘afrancesados’
Los ‘afrancesados’ fueron rescatados del desprecio unánime de los historiadores por los trabajos de Miguel Artola (‘Los afrancesados’) y Hans Juretscke (‘Los afrancesados en la Guerra de la Independencia’); de ambos autores se desprende que el afrancesamiento no fue sólo mero oportunismo, sino que también albergaba un programa político heredero del despotismo ilustrado, programa expresado en la Constitución de Bayona: reforma sin revolución.
Gracias a las publicaciones de los últimos años el lector puede tener una perspectiva bastante completa de los principales aspectos de la Guerra de la Independencia. Ronald Fraser escribe en 2006 ‘La maldita guerra de España’, una hagiografía populista del guerrillero, visto con las lentes del Che Guevara. Por el contrario, en el mismo año, Charles Esdaile publica sobre el mismo tema un libro escéptico y sumamente desmitificador: ‘España contra Napoleón’, en el que los supuestos patriotas aparecen como gentes que aprovechan el caos para quebrantar la ley en su propio beneficio. ‘La Guerra de la Independencia. Claves españolas en una crisis europea’ es una buena síntesis porque contextualiza la guerra española en el conjunto de las guerras revolucionarias y la insurrección política en el conjunto de revoluciones liberales de la época. Napoleón fue derrotado por una suma de naciones, entre las cuales se encontraba España. Su autor, Enrique Martínez Ruiz, utiliza también el criterio comparativo para explicar la anomalía de la guerra de guerrillas, que se deriva de un hecho insólito en las relaciones internacionales: la negativa de un gobierno a firmar la paz tras una aplastante derrota. Antonio Moliner, especialista en el tema de la insurrección popular, ha editado una obra conjunta. ‘La Guerra de la Independencia en España’, cuyos planteamientos generales también rehuyen el ‘ombliguismo nacional’; en ella, se aborda una gran diversidad de cuestiones: la ayuda británica, la propaganda política, las rebeliones locales contra el Antiguo Régimen, la supervivencia cotidiana. Por tanto, nada de mirarse al ombligo nacional para conmemorar la Guerra de la Independencia.
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