La cacería repetida
Con el verano acaba la siega y es
tiempo de que empiece la labor del trillo, que con sus piedras
dentadas y afiladas separa la paja del trigo. Pero si el trillo no
sabe manejarse y es incontrolado, a veces revienta la espiga y rompe
el grano.
En el otoño aparece la
garza, blanca e impoluta, y busca afanosamente, justicieramente,
limpiar con sus patas el rastrojo, para que no quede rastro debajo de
la tierra, para que ningún resto que recuerde tiempos no tan
lejanos continúe oculto debajo de esta madriguera de conejos
que es Hispania. Con sus uñas, la garza busca aventar la
podredumbre que el trillo, en su inhumano apedrear, quiere mantener
oculta y seguir haciendo trizas para que siga sepultada durante medio
siglo más.
Mientras tanto, la garza, blanca,
inmaculada, sin una mota de suciedad en todo su argénteo
plumaje, prosigue sin desmoralizarse jamás su busca de la
verdad y de la justicia. Han disparado al bulto contra su cuerpo y,
por ahora, ha tenido que irse a abrevar a otras lagunas más
limpias y mucho más pacíficas.
Pero por si acaso tuviera
tentaciones de volver a escarbar entre el fango y la suciedad, por si
acaso la pulsión ancestral de su hábito justiciero le
demandara regresar a esta tierra de conejos, ya se está
preparando una segunda cacería antes de la primavera. Ya se
está preparando otra montería, con los mismos
instrumentos de caza, los mismos ojeadores azules, los mismos
morbosos papanatas mirando sin ver el despliegue de fuerzas que arman
la mentira para que parezca verdad, al tiempo que buscan,
incansables, una vez más, otra vez más, falsos
testimonios para manchar el blanco plumaje de la garza.
Ángel Aguirre
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