Los cuatro miedos: el miedo a los dioses, el miedo a la muerte, el miedo al dolor y el miedo al fracaso en la búsqueda del bien.
Epicuro
Busto de Epícuro. Museo de Pérgamo
Defendió una doctrina basada en la búsqueda del placer, la cual debería ser dirigida por la prudencia. Se manifestó en contra del destino, de la necesidad y del recurrente sentido griego de fatalidad. La naturaleza, según Epicuro, está regida por el azar, entendido como ausencia de causalidad. Sólo así es posible la libertad, sin la cual el hedonismo no tiene motivo de ser. Criticó los mitos religiosos, los cuales, según él, no hacían sino amargar la vida de los hombres. El fin de la vida humana es procurar el placer y evadir el dolor, pero siempre de una manera racional, evitando los excesos, pues estos conllevan posterior sufrimiento. Los placeres del espíritu son superiores a los del cuerpo, y ambos deben satisfacerse con inteligencia, procurando llegar a un estado de bienestar corporal y espiritual al que llamaba ataraxia. Criticaba tanto el desenfreno como la renuncia a los placeres de la carne, arguyendo que debería buscarse un término medio, y que los goces carnales deberían satisfacerse siempre y cuando no conllevaran un dolor en el futuro. La filosofía epicureísta afirma que la filosofía debe ser un instrumento al servicio de la vida de los hombres, y que el conocimiento por sí mismo no tiene ninguna utilidad si no emplea en la búsqueda de la felicidad.
Aunque la mayor parte de su obra se ha perdido, conocemos bien sus enseñanzas a través de la obra De rerum natura del poeta latino Lucrecio (que constituye un homenaje a Epicuro y una exposición magistral de sus ideas), así como a través de algunas cartas y fragmentos rescatados.
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Biografía
De padres pobres (Neocles, su padre, era maestro de escuela y Queréstrates, su madre, adivina), nació y se educó en Samos, lugar en el que los atenienses habían establecido una cleruquía (colonia). A los catorce años, se trasladó a la isla de Teos, donde estudió con Nausífanes, discípulo de Demócrito. En el año 323 se trasladó a Atenas para cumplir el servicio militar. Cumplido éste, tras diez años dedicados al estudio de la filosofía, comenzó a enseñar en Mitilene, de donde fue probablemente expulsado (310 a. C.), y después en Lámpsaco.1 En el año 306 a. C., a los 35 años, regresó a Atenas, donde fundó su escuela, denominada Jardín. Fue maestro de la misma hasta su fallecimiento en el año 270 a.C., a la edad de 72 años. Dejó la dirección de su escuela a Hermarco de Mitilene, quien afirmó que su maestro, después de verse atormentado por crueles dolores durante catorce días, sucumbió víctima de una retención de orina causada por el mal de la piedra. En su testamento, conservado por Diógenes Laercio, otorgó la libertad a cuatro de sus esclavos.2Obras
A su muerte, dejó más de 300 manuscritos, incluyendo 37 tratados sobre física y numerosas obras sobre el amor, la justicia, los dioses y otros temas, según refiere Diógenes Laercio en el siglo III.De todo ello, sólo se han conservado tres cartas y cuarenta máximas (las llamadas Máximas capitales), transcritas por Diógenes Laercio, y algunos fragmentos breves citados por otros autores.
Las cartas son las siguientes:
- Carta a Heródoto (no el historiador): trata sobre gnoseología y física.
- Carta a Pitocles: se refiere a la cosmología, la astronomía y la meteorología.
- Carta a Meneceo: aborda la ética.
Las principales fuentes sobre la filosofía de Epicuro son las obras de los escritores griegos Diógenes Laercio y Plutarco y de los escritores romanos Cicerón, Séneca y Lucrecio, cuyo poema De rerum natura (De la naturaleza de las cosas), como ya indicamos, expone detalladamente la doctrina epicúrea.
Filosofía
La filosofía de Epicuro consta de tres partes: la Gnoseología o Canónica, que se ocupa de los criterios por los cuales llegamos a distinguir lo verdadero de lo falso; la Física, que estudia la naturaleza; y la Ética, que supone la culminación del sistema y a la que se subordinan las dos primeras partes.Canónica
La canónica es la parte de la filosofía que examina la forma en la que conocemos y la manera de distinguir lo verdadero de lo falso.Según Epicuro, la sensación es la base de todo el conocimiento y se produce cuando las imágenes que desprenden los cuerpos llegan hasta nuestros sentidos. Ante cada sensación, el ser humano reacciona con placer o con dolor, dando lugar a los sentimientos, que son la base de la moral. Cuando las sensaciones se repiten numerosas veces, se graban en la memoria y forman así lo que Epicuro denomina las "ideas generales" (diferentes a las platónicas). Para que las sensaciones constituyan una base adecuada, sin embargo, deben estar dotadas de la suficiente claridad, al igual que las ideas, o de otro modo nos conducirán al error.
Diógenes Laercio, menciona un cuarto proceso de conocimiento, además de las sensaciones, los sentimientos y las ideas generales: las proyecciones imaginativas, por las cuales podemos concebir o inferir la existencia de elementos como los átomos, aunque éstos no sean captados por los sentidos.
Todos esos aspectos, sin embargo, son sólo los principios que rigen nuestro modo de conocer la realidad. El resultado de su aplicación nos lleva a concluir la concepción de la naturaleza que se detalla en la física, segunda parte de la filosofía epicúrea.
Física
Epicuro. Museo del Louvre, Francia.
Las distintas cosas que hay en el mundo son fruto de las distintas combinaciones de átomos. El ser humano, de la misma forma, no es sino un compuesto de átomos. Incluso el alma está formada por un tipo especial de átomos, más sutiles que los que forman el cuerpo, pero no por ello deja el alma de ser material. Debido a ello, cuando el cuerpo muere, el alma muere con él.
Con respecto a la totalidad de la realidad Epicuro afirma que ésta, como los átomos que la forman, es eterna. No hay un origen a partir del caos o un momento inicial. Tal y como leemos en la Carta a Heródoto: «Desde luego, el todo fue siempre tal como ahora es, y siempre será igual».
Esta concepción atomista procede de Demócrito, pero Epicuro modifica la filosofía de aquél cuando le conviene, pues no acepta el determinismo que el atomismo conllevaba en su forma original. Por ello, introduce un elemento de azar en el movimiento de los átomos, una desviación de la cadena de las causas y efectos, con lo que la libertad queda asegurada.
Este interés por parte de Epicuro en salvaguardar la libertad es fruto de la consideración de la ética como la culminación de todo el sistema filosófico al cual se han de subordinar las restantes partes. Éstas son importantes tan sólo en la medida en que son necesarias para la ética, tercera y última división de la filosofía.
Ética
La ética, como ya se ha dicho, es la culminación del sistema filosófico de Epicuro: la filosofía tiene como objetivo llevar a quien la estudia y practica a la felicidad, basada en la autonomía o autarquía y la tranquilidad del ánimo o ataraxia. Puesto que la felicidad es el objetivo de todo ser humano, la filosofía interesa a cualquier persona, independientemente de sus características (edad, condición social, etc.).La ética de Epicuro se basa en dos polos opuestos: el miedo, que debe ser evitado, y el placer, que se persigue por considerarse bueno y valioso.
Los cuatro miedos
La lucha contra los miedos que atenazan al ser humano es parte fundamental de la filosofía de Epicuro; no en vano, ésta ha sido designada como el "tetrafármaco" o medicina contra los cuatro miedos más generales y significativos: el miedo a los dioses, el miedo a la muerte, el miedo al dolor y el miedo al fracaso en la búsqueda del bien.Si bien Epicuro no era ateo, entendía que los dioses eran seres demasiado alejados de nosotros, los humanos, y no se preocupaban por nuestras vicisitudes, por lo que no tenía sentido temerles. Por el contrario, los dioses deberían ser un modelo de virtud y de excelencia a imitar, pues según el filósofo viven en armonía mutua, manteniendo entre ellos relaciones de amistad.
En cuanto al temor a la muerte, lo consideraba un sin sentido, puesto que “todo bien y todo mal residen en la sensibilidad y la muerte no es otra cosa que la pérdida de sensibilidad”. La muerte en nada nos pertenece pues mientras nosotros vivimos no ha llegado y cuando llegó ya no vivimos.
Por último, carece también de sentido temer al futuro, puesto que: “el futuro ni depende enteramente de nosotros, ni tampoco nos es totalmente ajeno, de modo que no debemos esperarlo como si hubiera de venir infaliblemente ni tampoco desesperarnos como si no hubiera de venir nunca”.
El placer y la felicidad
Epicuro consideraba que la felicidad consiste en vivir en continuo placer. Este punto de su doctrina ha sido a menudo objeto de malentendidos, pese a que Epicuro hace una cuidadosa categorización de los placeres, indicando cuáles son recomendables y cuáles no.En efecto, Epicuro señala que existen tres tipos de deseos:
- Los naturales y necesarios: las necesidades físicas básicas, alimentarse, calmar la sed, el abrigo y el sentido de seguridad.
- Los naturales e innecesarios: la conversación amena, la gratificación sexual y las artes.
- Los innaturales e innecesarios, que considera superfluos: la búsqueda de la fama, del poder político o del prestigio.
- El hombre debe satisfacer los deseos naturales necesarios de la forma más económica posible.
- Se pueden perseguir los deseos naturales innecesarios hasta la satisfacción del corazón, pero no más allá.
- No se debe arriesgar la salud, la amistad, la economía en la búsqueda de satisfacer un deseo innecesario, pues esto sólo conduce a un sufrimiento futuro.
- Hay que evitar por completo los deseos innaturales innecesarios, pues el placer o satisfacción que producen es efímero.
- placeres del cuerpo: aunque considera que son los más importantes, en el fondo su propuesta es la renuncia de estos placeres y la búsqueda de la carencia de apetito y dolor corporal;
- placeres del alma: el placer del alma es superior al placer del cuerpo, pues el corporal tiene vigencia en el momento presente, pero es efímero y temporal, mientras que los del alma son más duraderos y además pueden eliminar o atenuar los dolores del cuerpo.
También habla de la importancia de poseer una virtud para elegir y ordenar los placeres: la prudencia.
El discernimiento de los diferentes placeres y la recta prudencia, permiten acercarse a una vida feliz, lo cual constituye el objeto de la filosofía.
Epicuro valoraba como placer fundamental la tranquilidad del alma y la ausencia de dolor: “la ausencia de turbación y de dolor son placeres estables; en cambio, el goce y la alegría resultan placeres en movimiento por su vivacidad. Cuando decimos entonces, que el placer es un fin, no nos referimos a los placeres de los inmoderados, sino en hallarnos libres de sufrimientos del cuerpo y de turbación del alma”.
Una vida en privacía, rodeada de amistades y de placeres moderados con el mínimo de dolores posibles y tranquilidad en el alma, brinda la felicidad.
Aforismos
"El cuerpo, en lances de amor, es parte indispensable del alma.""El hombre es rico desde que se ha familiarizado con la escasez."
"El más grande fruto de la serenidad del alma es la justicia."
"El que no considera lo que tiene como la riqueza más grande, es desdichado, aunque sea dueño del mundo."
"El sabio no se esforzará en dominar el arte de la retórica y no intervendrá en política ni querrá ser rey."
"No es verdaderamente impío el hombre que niega los dioses que la multitud venera, sino aquél que afirma de los dioses lo que la multitud cree de ellos"
"¿Quieres ser rico? Pues no te afanes por aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia."
"Retírate dentro de ti mismo, sobre todo cuando necesites compañía."
"La autarquía y la anarquía, los mayores frutos de la autonomía".
"Nadie, al ver el mal, lo elige, sino que se deja engañar por él, como si fuera un bien respecto a un mal peor".
"Lo insaciable no es la panza, como el vulgo afirma, sino la falsa creencia de que la panza necesita hartura infinita".
"Todo el mundo se va de la vida como si acabara de nacer".
"Quien un día se olvida de lo bien que lo ha pasado se ha hecho viejo ese mismo día".
"El que menos necesita del mañana es el que avanza con más gusto hacia él".
"También en la moderación hay un término medio, y quien no da con él es víctima de un error parecido al de quien se excede por desenfreno".
"Límite de la grandeza de los placeres es la eliminación de todo dolor. Donde exista placer, por el tiempo que dure, no hay ni dolor ni pena ni la mezcla de ambos".
"¿Dios está dispuesto a prevenir la maldad pero no puede? Entonces no es omnipotente. ¿No está dispuesto a prevenir la maldad, aunque podría hacerlo? Entonces es perverso. ¿Está dispuesto a prevenirla y además puede hacerlo? Si es así, ¿por qué hay maldad en el mundo? ¿No será que no está dispuesto a prevenirla ni tampoco puede hacerlo? Entonces, ¿para qué lo llamamos Dios?" Nota: debido a sus afirmaciones luego, explica la existencia de la libertad del ser humano, esto explica que, como puede elegir el hombre entre el bien que los dioses quieren o el mal, por eso existe el mal según se lee en sus escritos sin sacar de contexto. Porque si obligaran los dioses al hombre a hacer el bien para que no haya mal en el mundo, entonces no seríamos libres, algo que Epicúreo ve que si, gracias que somos libres a pesar del mal. El motivo es que la frase última está sacada de contexto, luego dice otra cosa, dios puede hacer todo sería ser omnipotente pero esto no incluiría mentir ni hacer el mal, pero tampoco puede quitarle el gran bien de la libertad al ser humano, a pesar que este abuse del poder recibido.
"¿Dioses? Tal vez los haya. Ni lo afirmo ni lo niego, porque no lo sé ni tengo medios para saberlo. Pero sé, porque esto me lo enseña diariamente la vida, que si existen ni se ocupan ni se preocupan de nosotros."
"Porque los dioses existen: el conocimiento que de ellos tenemos es evidente" "..considera superior a aquel que guarda opiniones piadosas respecto a los dioses, se muestra tranquilo frente a la muerte, sabe qué es el bien.."
"Las enfermedades duraderas proporcionan a la carne más placer que dolor."
- Fuente: Máximas capitales, IV.
- Fuente: Exhortaciones, 9.
- Fuente: Exhortaciones, 68.
- Fuente: Carta a Meneceo, 122.
- Fuente: Carta a Meneceo, 122.
- Fuente: Carta a Meneceo, 122.
- Fuente: Carta a Meneceo, 122.
- Fuente: Carta a Meneceo, 125.
- Fuente: Carta a Meneceo, 125.
- Otra versión: "La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo."
- Otra versión: "La muerte, temida como el más horrible de los males, no es, en realidad, nada, pues mientras nosotros somos, la muerte no es, y cuando ésta llega, nosotros no somos."
- Otra versión: "¿Por qué temer la muerte?, si mientras existimos, ella no existe y cuando existe la muerte, entonces, no existimos nosotros."
- Fuente: Carta a Meneceo, 125.
- Fuente: Carta a Meneceo, 125.
bello es no haber nacido pero, puesto que nacimos, cruzar cuanto antes las puertas del Hades
Si lo dice de corazón, ¿por qué no abandona la vida? Está en su derecho, si lo ha meditado bien. Por el contrario, si se trata de una broma, se muestra frívolo en asuntos que no lo requieren."
- Fuente: Carta a Meneceo, 126.
- Fuente: Carta a Meneceo, 128.
"creer en los mitos sobre los dioses que ser esclavo de la predestinación de los físicos; porque aquéllos nos ofrecían la esperanza de llegar a conmover a los dioses con nuestras ofrendas"
- Fuente (últimos dos): Carta a Meneceo (continuación del 128)
Véase también
Bibliografía
- Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano de Literatura, Ciencias y Artes, Barcelona: Montaner y Simón Editores (texto de dominio público), 1887–1910.
- Arrighetti, Graziano: «Epicuro y su escuela», en La filosofía griega, volumen II de la Historia de la filosofía de Siglo XXI, Madrid: Siglo XXI, 6ª ed., 1978, pp. 297-314. ISBN 84-323-0014-4.
- Spinelli, Miguel: Os Caminhos de Epicuro, São Paulo: Loyola, 2009.
Notas
- ↑ Según Demetrio de Magnesia, citado por Diógenes Laercio, Epicuro recibió en Atenas las lecciones del académico Jenócrates, abriendo en Lámpsaco, a la edad de 39 años, una escuela que luego trasladó a Atenas. Otras fuentes señalan, sin embargo, que originalmente la escuela se fundó en la isla de Lesbos, trasladándose con posterioridad a Lámpsaco.
- ↑ Arrighetti 1978: 297.
- ↑ Arrighetti 1978: 297-8.
Enlaces externos
- Voz Epicureísmo en Philosophica: Enciclopedia filosófica online
- Artículo en Antroposmoderno sobre Epicuro
- Wikisource contiene obras originales de o sobre Epicuro.
- Wikimedia Commons alberga contenido multimedia sobre Epicuro.
- Wikiquote alberga frases célebres de o sobre Epicuro.
English: Epicurus, ancient Greek philosopher. From Thomas Stanley, (1655), The
history of philosophy: containing the lives, opinions, actions and
Discourses of the Philosophers of every Sect, illustrated with effigies
of divers of them.
Deutsch: Stanza della Segnatura im Vatikan für Papst Julius II., Wandfresko: Die Schule von Athen, Detail: Epikur 1509-1510
Las Crónicas de Núremberg (En Alemán: Die Schedelsche Weltchronik) es un incunable, impreso en 1493,
que narra la historia humana, tal y como relata la Biblia; es conocido
por sus numerosos grabados de ciudades de la época y por contener el
primer mapa impreso de Alemania.
Italiano: Immagine dal libro: Tesoro letterario di Ercolano, ossia, la reale officina dei papiri ercolanesi, Stamperia e cartiere del Fibreno, Napoli, 1858.
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Carta de Epicuro a Meneceode Epicuro
Edición electrónica y gratuita publicada por Librerías Proteo y Prometeo.
Epicuro a Meneceo, salud.
Que nadie, mientras sea joven, se muestre remiso en filosofar, ni, al llegar a viejo, de filosofar se canse. Porque, para alcanzar la salud del alma, nunca se es demasiado viejo ni demasiado joven.
Quien afirma que aún no le ha llegado la hora o que ya le pasó la edad, es como si dijera que para la felicidad no le ha llegado aún el momento, o que ya lo dejó atrás. Así pues, practiquen la filosofía tanto el joven como el viejo; uno, para que aún envejeciendo, pueda mantenerse joven en su felicidad gracias a los recuerdos del pasado; el otro, para que pueda ser joven y viejo a la vez mostrando su serenidad frente al porvenir. Debemos meditar, por tanto, sobre las cosas que nos reportan felicidad, porque, si disfrutamos de ella, lo poseemos todo y, si nos falta, hacemos todo lo posible para obtenerla.
Los principios que siempre te he ido repitiendo, practícalos y medítalos aceptándolos como máximas necesarias para llevar una vida feliz. Considera, ante todo, a la divinidad como un ser incorruptible y dichoso -tal como lo sugiere la noción común- y no le atribuyas nunca nada contrario a su inmortalidad, ni discordante con su felicidad. Piensa como verdaderos todos aquellos atributos que contribuyan a salvaguardar su inmortalidad. Porque los dioses existen: el conocimiento que de ellos tenemos es evidente, pero no son como la mayoría de la gente cree, que les confiere atributos discordantes con la noción que de ellos posee. Por tanto, impío no es quien reniega de los dioses de la multitud, sino quien aplica las opiniones de la multitud a los dioses, ya que no son intuiciones, sino presunciones vanas, las razones de la gente al referirse a los dioses, según las cuales los mayores males y los mayores bienes nos llegan gracias a ellos, porque éstos, entregados continuamente a sus propias virtudes, acogen a sus semejantes, pero consideran extraño a todo lo que les es diferente.
Acostúmbrate a pensar que la muerte para nosotros no es nada, porque todo el bien y todo el mal residen en las sensaciones, y precisamente la muerte consiste en estar privado de sensación. Por tanto, la recta convicción de que la muerte no es nada para nosotros nos hace agradable la mortalidad de la vida; no porque le añada un tiempo indefinido, sino porque nos priva de un afán desmesurado de inmortalidad. Nada hay que cause temor en la vida para quien está convencido de que el no vivir no guarda tampoco nada temible. Es estúpido quien confiese temer la muerte no por el dolor que pueda causarle en el momento en que se presente, sino porque, pensando en ella, siente dolor: porque aquello cuya presencia no nos perturba, no es sensato que nos angustie durante su espera. El peor de los males, la muerte, no significa nada para nosotros, porque mientras vivimos no existe, y cuando está presente nosotros no existimos. Así pues, la muerte no es real ni para los vivos ni para los muertos, ya que está lejos de los primeros y, cuando se acerca a los segundos, éstos han desaparecido ya. A pesar de ello, la mayoría de la gente unas veces rehuye la muerte viéndola como el mayor de los males, y otras la invoca para remedio de las desgracias de esta vida. El sabio, por su parte, ni desea la vida ni rehuye el dejarla, porque para él el vivir no es un mal, ni considera que lo sea la muerte. Y así como de entre los alimentos no escoge los más abundantes, sino los más agradables, del mismo modo disfruta no del tiempo más largo, sino del más intenso placer.
El que exhorta al joven a una buena vida y al viejo a una buena muerte es un insensato, no sólo por las cosas agradables que la vida comporta, sino porque la meditación y el arte de vivir y de morir bien son una misma cosa. Y aún es peor quien dice:
bello es no haber nacido pero, puesto que nacimos, cruzar cuanto antes las puertas del Hades
Si lo dice de corazón, ¿por qué no abandona la vida? Está en su derecho, si lo ha meditado bien. Por el contrario, si se trata de una broma, se muestra frívolo en asuntos que no lo requieren.
Recordemos también que el futuro no es nuestro, pero tampoco puede decirse que no nos pertenezca del todo. Por lo tanto no hemos de esperarlo como si tuviera que cumplirse con certeza, ni tenemos que desesperarnos como si nunca fuera a realizarse.
Del mismo modo hay que saber que, de los deseos, unos son necesarios, los otros vanos, y entre los naturales hay algunos que son necesarios y otros tan sólo naturales. De los necesarios, unos son indispensables para conseguir la felicidad; otros, para el bienestar del cuerpo; otros, para la propia vida. De modo que, si los conocemos bien, sabremos relacionar cada elección o cada negativa con la salud del cuerpo o la tranquilidad del alma, ya que éste es el objetivo de una vida feliz, y con vistas a él realizamos todos nuestros actos, para no sufrir ni sentir turbación. Tan pronto como lo alcanzamos, cualquier tempestad del alma se serena, y al hombre ya no le queda más que desear ni busca otra cosa para colmar el bien del alma y del cuerpo. Pues el placer lo necesitamos cuando su ausencia nos causa dolor, pero, cuando no experimentamos dolor, tampoco sentimos necesidad de placer. Por este motivo afirmamos que el placer es el principio y fin de una vida feliz, porque lo hemos reconocido como un bien primero y congénito, a partir del cual iniciamos cualquier elección o aversión y a él nos referimos al juzgar los bienes según la norma del placer y del dolor. Y, puesto que éste es el bien primero y connatural, por ese motivo no elegimos todos los placeres, sino que en ocasiones renunciamos a muchos cuando de ellos se sigue un trastorno aún mayor. Y muchos dolores los consideramos preferibles a los placeres si obtenemos un mayor placer cuanto más tiempo hayamos soportado el dolor. Cada placer, por su propia naturaleza, es un bien, pero no hay que elegirlos todos. De modo similar, todo dolor es un mal, pero no siempre hay que rehuir del dolor. Según las ganancias y los perjuicios hay que juzgar sobre el placer y el dolor, porque algunas veces el bien se torna en mal, y otras veces el mal es un bien.
La autarquía la tenemos por un gran bien, no porque debamos siempre conformarnos con poco, sino para que, si no tenemos mucho, con este poco nos baste, pues estamos convencidos de que de la abundancia gozan con mayor dulzura aquellos que mínimamente la necesitan, y que todo lo que la naturaleza reclama es fácil de obtener, y difícil lo que representa un capricho.
Los alimentos frugales proporcionan el mismo placer que los exquisitos, cuando satisfacen el dolor que su falta nos causa, y el pan y el agua son motivo del mayor placer cuando de ellos se alimenta quien tiene necesidad.
Estar acostumbrado a una comida frugal y sin complicaciones es saludable, y ayuda a que el hombre sea diligente en las ocupaciones de la vida; y, si de modo intermitente participamos de una vida más lujosa, nuestra disposición frente a esta clase de vida es mejor y nos mostramos menos temerosos respecto a la suerte.
Cuando decimos que el placer es la única finalidad, no nos referimos a los placeres de los disolutos y crápulas, como afirman algunos que desconocen nuestra doctrina o no están de acuerdo con ella o la interpretan mal, sino al hecho de no sentir dolor en el cuerpo ni turbación en el alma. Pues ni los banquetes ni los festejos continuados, ni el gozar con jovencitos y mujeres, ni los pescados ni otros manjares que ofrecen las mesas bien servidas nos hacen la vida agradable, sino el juicio certero que examina las causas de cada acto de elección y aversión y sabe guiar nuestras opiniones lejos de aquellas que llenan el alma de inquietud.
El principio de todo esto y el bien máximo es el juicio, y por ello el juicio -de donde se originan las restantes virtudes- es más valioso que la propia filosofía, y nos enseña que no existe una vida feliz sin que sea al mismo tiempo juiciosa, bella y justa, ni es posible vivir con prudencia, belleza y justicia sin ser feliz. Pues las virtudes son connaturales a una vida feliz, y el vivir felizmente se acompaña siempre de virtud.
Porque, ¿A qué hombre considerarías superior a aquel que guarda opiniones piadosas respecto a los dioses, se muestra tranquilo frente a la muerte, sabe qué es el bien de acuerdo con la naturaleza, tiene clara conciencia de que el límite de los bienes es fácil de alcanzar y el límite de los males, por el contrario, dura poco tiempo, y comporta algunas penas; que se burla del destino, considerado por algunos señor absoluto de todas las cosas, afirmando que algunas suceden por necesidad, otras casualmente; otras, en fin, dependen de nosotros, porque se da cuenta de que la necesidad es irresponsable, el azar inestable, y, en cambio, nuestra voluntad es libre, y, por ello, digna de merecer repulsa o alabanza? Casi era mejor creer en los mitos sobre los dioses que ser esclavo de la predestinación de los físicos; porque aquéllos nos ofrecían la esperanza de llegar a conmover a los dioses con nuestras ofrendas; y el destino, en cambio, es implacable. Y el sabio no considera la fortuna como una divinidad -tal como la mayoría de la gente cree- , pues ninguna de las acciones de los dioses carece de armonía, ni tampoco como una causa no fundada en la realidad, ni cree que aporte a los hombres ningún bien ni ningún mal relacionado con su vida feliz, sino solamente que la fortuna es el origen de grandes bienes y de grandes calamidades. El sabio cree que es mejor guardar la sensatez y ser desafortunado que tener fortuna con insensatez. Lo preferible, ciertamente, en nuestras acciones, es que el buen juicio prevalezca con la ayuda de la suerte.
Estos consejos, y otros similares medítalos noche y día en tu interior y en compañía de alguien que sea como tú, y así nunca, ni estando despierto ni en sueños, sentirás turbación, sino que, por el contrario, vivirás como un dios entre los hombres. Pues en nada se parece a un mortal el hombre que vive entre bienes imperecederos.
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Samos 26.80174E 37.72709N
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