El
potito conflictivo
Palo
Alto, en California, alberga la afamada Universidad de Stanford. En
el Shopping de la ciudad se come bien en Creaming. Pido una
hamburguesa con buena carne, acompañada de unas patatas fritas
estupendas que sirven con algún borde del trozo con la cáscara
sin pelar. Éste es el país de las patatas y los
tomates, del chocolate y la vainilla, fina y riquísima,
productos que trajeron a España Colón, Hernán
Cortés y otros descubridores. Pero las guarniciones de todo
tipo de verdura saben a jarabe o amargan. Aqui refinan tanto, que ni
la sal sazona ni el azúcar endulza.
Enfrente
tengo una mesa con una pareja, seguramente novios a juzgar por los
gestos complacientes y tímidos de ella. Como todas las chinas,
es bajita y regordeta, de cara con mofletes y mirada inexpresiva, y
eso que ríe con ganas pero sin gracia. El novio, blanco, es
guapete de cara, con mirada de panoli, de barba cerrada perfectamente
rasurada. Enfrente del pringao, e invisible para mí, está
su madre; luego, cuando salga, comprobaré que tiene cara de
ser una suegra de armas tomar, cuando le toque. A la izquierda de la
suegra se sienta el suegro, cuyo perfil muestra y demuestra de dónde
procede la cara guapa del novio de la china, que podría ser
japonesa, tailandesa, pequinesa, camboyana, taiwanesa, hongkonesa…,
de toda la raza oriental hay muestras en la Bahía, e incluso
vietnamita, que después de darles para el pelo allí a
los de aquí, han venido a cortárselo en las
peluquerías.
Al
levantarse los cuatro, observo que la china camina parsimoniosa como
si tuviera, como todas, los pies planos. Y la incipiente familia se
va.
Mientras
tanto, a la family nuestra le surge un problema: hay que calentar el
potito para la pequeña. Tras un rato largo, que me va poniendo
de los nervios, aparece la camarera después de varias manos
levantadas sin resultado. “Dejarme solo”, les digo a mi
wife (esposa) y a mi daughter (hija). Le pongo a la rubia cuarentona
el potito en la mano. “Cold, please” (no es así,
porque no me entiende, y Colt no es porque es un revólver del
Fart West, Lejano Oeste: eso me lo sé de las pelis de
vaqueros). “Hold, please” (tampoco: nai flowers, ni
flores). “Hot, please” (todavía duda). “¡Que
lo calientes, coño!”. Entonces siento sobre mí la
mirada sorprendida de mi daughter, la mirada nada complaciente de
quien tiene sobre mí mucho ascendiente (my wife) y la mirada
reticente de la mesera (así lo dicen los mexicanos). Su face
(cara) me mira de medio lado, levanta su mano (hand), llena de dedos
llenos de anillos, y la acerca a my face: “Ésta me hace
una cara nueva”, pienso mientras, glub, trago saliva y noto el
calorcillo nada agradable de la mirada furibunda de my wife sobre mi
nuca (nuca no sé decirlo en inglés, como otros cientos
de palabras: a que se me nota).
La
cuarentona nada culona coge el potito, y, altiva cual princesa
ofendida, se va hacia la cocina y mira de soslayo mascullando algo en
inglés, que oigo pero no entiendo. Ahora me siento como Mister
Bean; pero, bueno, he salido indemne, he salvado el pellejo. Una vez
más, he superado, con nota, mi genética facilidad para
ir dando la nota (¿cómo se dirá esta frase en
inglés?). Pues eso tampoco lo sé… ¡Mira
que son difíciles de entender estos yanquis!
Alberto
Collantes
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