"Yo también era de
derechas", Jueves 7 enero 2010
En memoria de
Soledad, mi madre,
percha de tantos golpes
Yo también era de
derechas
“Yo, contra mi hermano.
Yo y mi hermano, contra mi primo.
Yo, mi hermano y mi primo, contra mi vecino.
Yo, mi hermano, mi primo y mi vecino, contra el
forastero”.
(Proverbio tuareg).
Me preguntas, P., si dejaré de quererte como amigo porque eres
de derechas. Y a tu burlona y cariñosa pregunta respondo que
no, que eso nunca. Porque la amistad está, o debería
estar casi siempre, por encima de las cosas mundanas. Además,
en democracia estamos tutelados, por fin después de siglos y
de décadas durante el siglo pasado, por el artículo 20
de la Constitución, artículo que nos permite ser del
partido legalizado que nos venga en gana, y, sobre todo, no tener
que
confesar a nadie, ni mucho menos avergonzarse, de sentirse de
derechas o de izquierdas. Pero ya hablaremos de eso, porque cada
uno
es fruto de su circunstancia, y a nuestra ya larga edad hemos
andado
muchos caminos, hemos superado algunas encrucijadas –no siempre
con acierto— y hace unos pocos años nos hemos reafirmado
sobre nuestras ideas, tanto en política como en otras que
ahora no vienen al caso. Y, desde luego, no por pura cabezonería,
porque es algo más profundo, como tú bien sabes.
Introducción
Ahora, un nacido en la dura década del hambre de los cuarenta,
sin acritud en un intento de lograr la equidad, repasa el camino
que
le ha ido llevando, poco a poco, desde las derechas hasta las
izquierdas. Iba a decir que casi sin darme cuenta, pero no sería
cierto; decía que he recorrido el camino inverso a tantos, y
algunos tan conocidos, que empezaron siendo de las izquierdas más
ilusas, de esas que andaban entre el comunismo y el anarquismo.
¿Que
por qué los llamo ilusos –con todo mi respeto y sin afán
peyorativo, como se dice ahora–, porque era una mezcla
impensable y que resultó imposible. Uno lo constata cuando
lee, sin dejar de removerse en la silla, la que montaron en la
Guerra
Civil en Barcelona, de manera parecida a la que montó Casado
en Madrid cuando ya, por suerte, finalizaba la Guerra Civil. Y
digo
por suerte porque de esa manera dejaban de matarse entre sí
los españoles. Luego matarían exclusivamente sólo
los de la parte ganadora a los de la perdedora. Pero de eso
también
hablaremos luego.
Decía que la moda, lo que se lleva, es haber recorrido ese
primigenio camino de las izquierdas, para pasarse –a medrar, a
chupar del bote– a las derechas. Claro que tengo que poner el
ejemplo de Federico –que no hace honor ni al nombre–
lanzando invectivas, insultos, proclamas, mentiras y falsos
testimonios, ¡desde la radio de los obispos!, contra todos y
contra todo lo que huela a izquierdas. Contra los rojos.
Enfatizo que lo haga desde la radio obispal porque su discurso carece del más mínimo atisbo de caridad, carencia que recordaba e implícitamente condenaba el papa actual, Benedicto XVI, cuando indicó a sus creyentes la necesidad de aplicar en sus vidas esa virtud teologal de la caridad.
Enfatizo que lo haga desde la radio obispal porque su discurso carece del más mínimo atisbo de caridad, carencia que recordaba e implícitamente condenaba el papa actual, Benedicto XVI, cuando indicó a sus creyentes la necesidad de aplicar en sus vidas esa virtud teologal de la caridad.
No voy a darte lecciones de historia ni de poliítica. Sólo
recordarte que, una vez muerto León Trotsky en México
por el expeditivo procedimiento de reventarle la cabeza con un
piolet
blandido o enarbolado por Ramón Mercader, el anarquismo, y
sobre todo su unión con el comunismo, quedaron truncados para
siempre. Ahora, al menos aquí en España, el
anarcosindicalismo tiene su sitio, se le respeta y hace su trabajo
e
intenta su proselitismo con una causa justa, la defensa del
trabajador. Te voy a contar una anécdota. Resulta que en el
Camino de Santiago por Aragón, entre Jaca y Sanguesa, en
Ruesda, hay un albergue dirigido por la CNT: ¡vivir para ver!
Por otro lado, Vladímir Lenin, muerto en 1924, dejó el
camino libre a Stalin, algo que seguro que aquél nunca hubiera
deseado. Y Stalin modificó a su capricho, a su conveniencia, y
a sus instintos criminales, la Revolución de Octubre. Vencedor
de los nazis en la II Guerra Mundial, se aplicó, con saña
y con crueldad, en jugar la segunda parte del partido empezado
antes
de dicha guerra, para ver si conseguía, él solito,
producir tantas muertes de paisanos rusos y no rusos como las
ocurridas en dicha contienda. A día de hoy no se sabe bien si
consiguió el estremecedor empate, a pesar de la denuncia de
Solienitsin con sus Archipiélago Gulag y Un día
en la vida de Iván Denisovih. Porque de la URSS se sabía
tan poco, que a los expertos les estalló la glasnost
(la apertura de Gorbachov) sin haberse enterado de nada. Por eso
se
defiende cada vez menos el estalinismo y cada vez más el
leninismo.
El siglo pasado nos trajo siniestros personajes, como Stalin, como
Hitler, como Mao, como Pol Pot, como Franco, como Pinochet, como
los
generales argentinos, que se aplicaron con verdadero ahínco a
exterminar compatriotas. Hay más casos, como los de África,
pero no quiero apabullarte.
Del matarife de Georgia ya hemos hablado. Sobre Hitler se ha
escrito
mucho. Pero debo decirte que del directo responsable (ante la
cómplice o estúpida pasividad de casi todos los
políticos hasta el 39) de más de 70 millones de muertos
en Europa se recuerda, sobre todo, el Holocausto. Pero de cómo
han conseguido superar los alemanes sus errores y reconocerlos,
hablaremos más adelante.
Me vas a permitir que de este asunto, terrible asunto,
estremecedor
asunto, te hable en párrafo aparte. Sólo voy a decirte
que, en el bombardeo de Dresde, en una venganza de los ingleses
por
la caída de las V-1 y V-2 sobre Inglaterra, se calcula que
hubo entre 60.000 y 70.000 muertos. Pero lo censurable es que ese
bombardeo se hizo con bombas de fósforo, material prohibido
que se infiltraba en los refugios y mataba a todo ser vivo. Bueno,
es
un episodio más de los muchos que se producen en una guerra.
Ahora, los israelíes han justificado su último ataque a
la Franja de Gaza con los mismos argumentos que daba la Werchmat
cuando, durante el cerco del Gueto de Varsovia, sus oficiales
cuadriculaban con precisión un bloque de casas, en represalia
porque desde allí había disparado un patriota polaco
–seguramente judío– y reventaban el edificio a
cañonazos con los tanques Panzer y Tiger; cuando te digo que
lo reventaban, estoy queriendo describir que convertían en
pura ruina un bloque de ocho plantas con diez o doce portales y
habitado por cientos de vecinos.
El método empleado en Gaza ha sido más o menos el
mismo, sólo que los medios actuales son más avanzados,
más sofisticados, tan modernos que consiguen matar con un
misil de corto alcance a un dirigente dentro de su coche. Pero lo
censurable es cuando, con ese mismo tipo de misiles, se revienta
una
casa civil y se desventra a tres o cuatro familias. Nada ha
cambiado:
como decía Hermann Hesse, el hombre sigue siendo un lobo para
el hombre. O como dijo aquel presidente de EE UU del nicaragüense
Somoza: es un redomado hijo de puta, pero es de los nuestros.
A Mao te lo voy a resumir para no cansarte demasiado. Tras su
memorable y encomiable marcha de los 2.000 kilometros, fue
modificando la revolución marxista en su afán
reeducador. Al final, parecía como si, entre él y su
mujer, quisieran hacer una regresión de sus paisanos, y,
mediante ese camino inverso, devolverlos al útero de la madre.
Pero lo que hicieron fue devolver a millones de compatriotas al
útero
de la madre tierra, que es donde regresan los muertos. Porque la
metamorfosis inversa desde mariposa hasta crisálida es
sencillamente imposible.
No voy a justificar a Pol Pot, aunque habrá que recordar que
en Camboya los norteamericanos lanzaron, durante nueve meses,
tantas
toneladas de explosivos como en toda la II Guerra Mundial,
machacando
la retaguardia de Vietnam en un último y baldío
esfuerzo para no perder la Guerra de Vietnam. Pero eso no
justifica
la estupidez de Pol Pot, que en su República Popular de
Kampuchea arrasó con todo conocimiento, intelectual o
profesional, en otra nauseabunda reeducación. La estulticia
conseguida entre sus paisanos llegó al extremo de que, cuando
empezaron a llegar ayudas alimentarias para una población
depauperada, no había conductores de camión capaces de
repartirlas; porque los había matado a todos, junto con
millones de compatriotas. Otro matarife de sus paisanos. Hay ahora
un
dirigente, también oriental, que me recuerda a Pol Pot por el
grado de estupidez. Me refiero, claro está, a Kim Jong-il, el
dirigente de Corea del Norte. El paraíso del socialismo tiene
armas nucleares, pero acaban de regalarle 10.000 toneladas de
trigo
para su hambrienta población. Y el comunismo no se hereda de
padres a hijos, porque es una ideología contraria a la
monarquía hereditaria. Pero la familia tira mucho y el poder
tira más. Pobres coreanos.
Ahora se va sabiendo, cada día un poco más, de lo que
fue capaz el augusto milico de Chile. Lo peor es que, ese tambien,
murió en su cama. Rodeado de los suyos. Reconfortado por los
obispos. Llorado por algunos incautos. Admirado por otros muchos
arribistas agradecidos. Exportado, cual mercancía barata,
desde Londres hasta Santiago, para evitar la justicia de Garzón,
que le inculpaba de la desaparición de Soria, un empresario
español. Un dictador que ejecutó la muerte del
presidente Allende por haberse atrevido a dar tierras a los
hambrientos y, sobre todo, nacionalizar las minas de cobre,
administradas por y para EE UU. Ahora se ha descubierto (pura
rutina
de estos salvapatrias) que tenía una cuenta fraudulenta en
Suiza. Y hace unos 15 años se descubrió la trama
montada para eliminar a un general chileno que podía hacerle
sombra. Y por orden de Pinochet lo asesinaron en Roma. La suprema
razón era conservar el poder lo suficiente para llegar a la
cifra de decenas de miles de compatriotas asesinados, torturados,
desaparecidos, confinados.
En realidad, el exterminio, secuestro y desaparición de
compatriotas por otros compatriotas funcionó de manera
parecida en Argentina. Por razones políticas, claro. Porque
los montoneros se pusieron pesaditos, igual que en Uruguay. Aquí
la responsabilidad se la repartieron entre más generales.
Quizá por eso también aquí hubo menos muertos.
No trato de justificar el dolor individual, que nunca se diluye
entre
el dolor colectivo. Lo digo sólo en cuanto a otras cifras de
muertos muchísimo más elevadas. Pero, por favor, lejos
de mí la idea de relativizarlo. Lo digo sobre todo porque no
vaya a caer sobre mí la ira de las Madres de Mayo, que en su
inmenso dolor confunden las cosas y apoyan a los etarras.
¿Que por qué me dejo a Mussolini? ¿Por salvar al
fascismo? Desde luego que no. Como estoy hablando de cifras
enormes,
este italiano causó menos muertes, bastante menos. Pero la
cifra no le exculpa ni tanto así. A diferencia de otros
matarifes del siglo pasado, a Mussolini sus compatriotas le
colgaron
muerto de un gancho de carnicero. Benito no murió en la cama:
todo un símbolo.
Espana, años 40, década del hambre, y años
50, década de penuria
Sobre todo en Madrid (donde hemos nacido tú y yo), la década
de los cuarenta fue muy dura, durísima. Aquí, los que
no teníamos pueblo, no recibíamos de nuestros parientes
–cuando podían enviarlo sin que se lo confiscaran en los
trenes– esos sacos de patatas, para llenar un poco la andorga;
o, lujo de los lujos, embutido. Por eso yo he probado el jamón
después de los 12 años. Todavía recuerdo cuando
mi madre nos mandaba a comprar un cubo de carbón, que no
siempre se llenaba con el poco dinero que nos daba. Pero lo que se
me
ha quedado grabado ha sido lo del cuarto y mitad –de arroz, de
harina, de azúcar–; ahora, con el reposo que da la
vejez, me parece que la mitad de cuarto era la merma del peso de
aquellos papeles grises de estraza, grises como toda nuestra
infancia. Infancia que, pese a todo, yo no recuerdo que fuera
infeliz, a lo mejor porque en mi calle se podía jugar a la
pelota porque pasaba un coche cada varios minutos, o, qué sé
yo, porque jugábamos a pídola, a las tabas, a la
correa.
En plan confidencial, te recuerdo que hemos nacido en el año
en que se creó el No-Do (¡jo, vaya año!),
auspiciados por el levantamiento del gueto de Varsovia y justo mil
años después que Rodrigo Díaz de Vivar, El
Cid Campeador. Te lo cuento porque me sentí igual que él
cuando me enviaron al destierro profesional, esta vez sin doce de
los
míos, el día que me harté de sufrir mobbing
(entonces ni existía la palabra). Pero no quiero hablar de mí,
sino sólo de lo que me rodeaba. Porque sí recuerdo que
la estructura sindical y vertical que había en Espana, me
ayudó poco, muy poco. Con los años veríamos que
esa estructura –en algunos casos, en sonados casos, en contados
casos– serviría para dar cobijo a los asesinos del
crimen de los abogados laboralistas de Atocha (ninguno de los
condenados acabó de cumplir condena en la cárcel). Peor
es cuando se sospecha, se sugiere, se infiere, que la trama civil
y
alguna financiación vino desde allí para montarnos el
intento de golpe de Estado del 23-F. Que podría haber acabado
en otra guerra civil. Otra guerra más en España, donde,
prácticamente desde la de Independencia –si te parece
bien la incluimos, porque algo de guerra civil hubo entre
afrancesados y no afrancesados–, hemos tenido una media docena
de contiendas de paisanos contra paisanos, hermanos contra
hermanos.
Pero de aquella década poco puedo recordar, pues era muy
pequeño. Sí que me viene a la memoria la asociación,
falsa asociación, que tenía en mi cabeza cuando pasaban
algunos hombres desharrapados, sin afeitar, con la mirada huidiza,
la
torva expresión de su cara, la huraña actitud de sus
hombros caídos. Ahora me avergüenzo al recordar que de
aquellos hombres que pasaban hambre, algunos de nuestros amigos
mayores nos decían que eran rojos, y que se tenían
merecido lo que les pasaba, que eran hombres malos. Como en El
conde Lucanor, nuestra tristeza porque sólo
comíamos altramuces, no era nada comparada con la pobreza de
esos hombres que esperaban las cáscaras que nos sobraban. Para
mi madre no había color rojo, porque probablemente por miedo
siempre decía colorado. Y digo que me avergüenzo porque
yo asentía porque sentía lo mismo que ellos. Seguro que
alguno andaba escondiéndose para que no le llevaran a
Cuelgamuros, a picar piedra para el Valle de los Caídos. U
otro acababa de salir de Carabanchel, con suerte por no haber
terminado en las vallas de las Ventas. Pero no quiero zanjar este
episodio de la construccion del Valle de los Caídos sin
mostrar un secreto aún no resuelto por la historia. Si durante
aquellos años, fríos y crueles años, el
presupuesto por convicto en esas obras era, por ejemplo, de 25
céntimos diarios (ni sé ni quiero saber cuánto
era exactamente), para la manutención del preso sólo
llegaban 15 céntimos. Y a día de hoy aún no se
sabe quién o quiénes se quedaban con esa diferencia.
Era un clima de violencia ejercida y oculta, de crueldad latente,
de
pobreza con su inseparable tristeza, y de miedo. Miedo a no se
sabía
muy bien qué, pero miedo, miedo a todo, miedo a todos. Un
miedo que se palpaba en el ambiente y que por desgracia era algo
más
que los temores infantiles.
Mira, no quiero hacer ahora un ajuste de cuentas, porque creo que
todo eso quedó casi superado con la Transición, un
pacto que evitó la Ruptura que pedían algunos y que a
mí me daba mucho miedo. Pero aún recuerdo aquellas dos
décadas del cuarenta y del cincuenta, en las que no sabíamos
de la misa la media. Un tiempo de malos y buenos, de maniqueísmo
barato y de papanatas. Con la represalia feroz que se hizo contra
los
vencidos. Y me voy sorprendiendo cada día más de la
maldad que se ejercía contra los supuestos malos. Qué
gente más terrible. Ahora vamos sabiendo de la muerte,
estúpida muerte, inmerecida condena, de maestros de escuela en
la República, de españoles con las manos limpias de
sangre fusilados como si las tuvieran manchadas. ¡Qué
horror!
Pero creo que hay una deuda pendiente. Una deuda de todos para
todos.
Una catarsis que supere tanta injusticia. Una reparación
exclusivamente moral. Una deuda de lealtad hacia tanto
desaparecido
mientras mascullaba, con la pala de su fosa en una mano y el
estupor
en la cara: pero yo qué coño he hecho, yo qué
les he hecho a éstos. Y lo más terrible, lo
imperdonable, lo que está pendiente de completar, es el
sagrado derecho de los deudos, de los familiares, de los hijos, de
los nietos, a saber dónde están los restos de sus
antepasados. De los que quieran saberlo, que aún quedan, de
los que exigen saberlo. ¿Por qué preocupa tanto y se
ponen tantas trabas a este inalienable derecho? ¿De qué
bando son los deudos de las fosas que se van desenterrando?
Pero qué generación más siniestra nos antecedió,
como inevitable resultado de las elevadas tasas de analfabetismo:
Dios mío, qué brutos y qué sanguinarios eran los
unos y los otros. En las cartas que se censuraban o que escribían
los leídos para otros que no sabían, a veces se
preguntaba más por las bestias –el que las tenía
en el corral– que por la familia, preocupación propia de
gente apegada al terruño y que temía las carencias
producidas cuando faltaba la fuerza de trabajo de la bestia de
carga.
En suma, una generación atrasada.
Años sesenta, tímido comienzo del desarrollo
Aquí, en la España perdedora y concretamente en Madrid,
que es mi villa, hasta el principio de la década de los
sesenta nos estuvimos comiendo los mocos y quitándonos el
hambre –toda clase de hambres, que hay muchas– a bofetada
limpia. Al comienzo de los sesenta se empezaron a notar los
dólares
de ese tardío Plan Marshall que supuso para nosotros la
llegada de los norteamericanos en el año 53. La Guerra Fría
necesitaba una retaguardia ante el previsible avance –el tiempo
demostraría que bastante improbable– de las hordas rojas
lanzadas desde Rusia contra la Europa indefensa y todavía
curando sus heridas de guerra, cuyos tanques llegarían hasta
los Pirineos en una incontenible oleada. El caso es que ese
movimiento estratégico en el tablero de ajedrez de la prevista
III Guerra Mundial trajo a la Península el dinero necesario
para empezar un plan de desarrollo.
Ese Plan de Desarrollo, diseñado por López Rodó
–no quiero citar muchos nombres–, llevó a las
casas neveras –aún no se decía frigoríficos–
que arrumbaron las fresqueras donde se guardaba al aire lo poco
que
se tenía, y, en ocasiones, protegido entre trozos de barras de
hielo que íbamos a comprar aquí y allí. Trajo
los electrodomésticos, el más importante de los cuales
fue la lavadora, que liberó por primera vez a nuestras madres
de aquellas pilas en las que se frotaba la ropa, previamente
enjabonada con Lagarto –¡qué invento!–,
contra las traviesas redondeadas de las tablas de madera para
lavar.
Empezamos a merendar algo más que la onza de chocolate
granuloso –una sola–, cuando tocaba; porque si no quedaba
chocolate, pan con aceite y azúcar (los endocrinos sostienen
que ese aceite, poco refinado, nos ha dejado una buena piel). Y se
acabaron las gachas de San Antonio, hechas con harina de almortas
y
con pobres tropezones, o ninguno.
Tras pocos años, llegó el turismo, que trajo más
divisas y, sobre todo, un viento de nuevas ideas y de nuevas
formas
de enfocar la política. Pero resultó ser un cambio muy
lento. Aún recuerdo –con vergüenza propia– mi
desdeñosa mirada de adolescente ante las vestimentas que
traían algunos, junto con la escandalosa opinión que me
merecían las románticas escenas de amor playeras de los
franceses –para nosotros, todos eran franceses, es que no
queríamos ni mentar a los de la pérfida Albión–,
por no hablar de la llegada de los Beatles en el 68 a la plaza de
Ventas y mi ignorancia musical –de la que aún no me he
recuperado–, porque sólo eran eso: unos peludos. Cuando
les condecoraron con la Orden del Imperio Británico, confieso
que yo no entendía nada, y por supuesto suscribía
(claro que sí, lleva más razón que un santo) el
comentario que hizo el húngaro Lajos Zilahy, autor de la
monumental Las cárceles del alma, cuando manifestó
que esa distinción ofendía a muchos británicos
que habían luchado, en otras condiciones y por medios casi
siempre guerreros, en defensa del Imperio Británico. De pronto
me vienen a la cabeza mis discusiones con amigos que venían de
trabajar en Alemania o en Suiza, defendiendo lo de aquí.
Creo que sí me he recuperado, después de dos o tres
décadas, de la opinión que me mereció entonces
–adoctrinado y condicionado como estaba por tantos años
de letargo– el Mayo del 68. Porque aquí se nos contaba
de mala manera y con muy mala baba aquello de: “Levantar los
adoquines, que debajo encontraréis la arena de la playa”.
Como si el lema fuera matar a los gendarmes a puro adoquinazo.
Ahora
creo que aún vivimos de ese nuevo espíritu, de esa
nueva filosofía, de ese aldabonazo para sacudir la molicie de
la política que entonces descansaba plácidamente
recostada en una Europa surgida de la posguerra. Y resulta
preocupante que no hayan surgido, al menos en lo que va de siglo,
nuevas ideas acuñadas en Francia, todavía inspiradas en
la Revolución Francesa, ideas con las que se ha ido acunando y
desarrollando el resto de Europa, como nos ha recordado el medio
siglo de la concepción y subsiguiente parto de lo que ha
acabado por convertirse en la Unión Europea.
Pero con anterioridad, para defender el concepto de la Enciclopedia
y del consiguiente amor a los libros, tuvieron que vencer a los
nazis, autores de una infame y pública quema de libros, en
Berlín en mayo de 1933, destruyendo tomos de librepensadores
como Freud, Thomas Mann, Carlos Marx y algunos otros, en un
intento
de erradicar “la funesta manía de pensar”
(Fernando VII, dixit).
Años setenta, nuevos vientos y llegada de la democracia
Por fin, estreno de la democracia en España. Pluralidad de
partidos políticos. Nueva Constitución. Apertura en
todos los órdenes. Un soplo de libertad, como si se hubiera
abierto por fin una puerta atrancada durante 40 años. Todo
porque a la muerte del despreciable dictador Franco nuestro país
empezó a modernizarse, tanto en política como en otras
muchas asignaturas que estaban pendientes –o en suspenso, como
se decía–. Más libertad para todos y para casi
todo.
No dejo de asombrarme porque aún queden ciudadanos que
defiendan su legado y justifiquen sus atrocidades. Las señoras
que añoran su dictadura deberían recordar la Sección
Femenina, donde la mujer era para su marido una amante sirvienta
anulada como persona, subordinada y supeditada al macho. No podían
tener cuentas bancarias a su nombre, y, claro, en la actualidad no
podrían tener tarjetas para sacar dinero en los cajeros.
Ahora, cada mes un poco más, todos vamos sabiendo el horror y
la profundidad de la represalia en la posguerra. Una de las
llamadas
13 rosas fue fusilada, culpable de haber conducido
un
tranvía durante los tres años de guerra, porque los
hombres estaban en el frente, en el Jarama, en la Moncloa, en
Arganda
y en tantos sitios. Aquí cerca, en Hortaleza, como está
recogido en la Ley de la Memoria Histórica, estuvieron
persiguiendo, a principios de los 40, al alcalde del entonces
pueblo
de Hortaleza, regidor que se salvó porque le buscaban en una
calle de Madrid, y, por suerte para él, vivia en una calle con
ese mismo nombre, aunque en el pueblo de Colmenarejo. Pues bien,
le
buscaban porque habia realizado tres horrendas iniciativas como
alcalde: una, poner una multa a la empresa por falta de peso en
las
hogazas vendidas desde un obrador de Colmenar –entonces
Hortaleza dependía judicialmente de Colmenar–; otra,
haber puesto otro caño, duplicando el aporte de agua a la
fuente de la que se surtían los del pueblo, y la tercera,
haber alfabetizado a todos sus paisanos. No quiero extenderme más
sobre el dictador porque sobre él ya se ha escrito casi todo.
Sí me vas a permitir que compare su actitud con la de otro
vencedor de una guerra civil: Abraham Lincoln, que dijo al acabar
la
contienda en Estados Unidos: “No ha habido vencedores y
vencidos. Sólo ha habido equivocados y no equivocados”.
Que sí, que sí, que en Madrid hubo checas. Y
fusilamientos. En otra ocasión te hablaré de la Brigada
Tadell, un grupo de asesinos sin escrúpulos que campaba por
Madrid a sus anchas en busca de los de la Quinta Columna. Durante
la
guerra, hubo una comisaría política donde ahora existe
un colegio y donde estaba el cine Europa. En la posguerra se decía
que alguno de esos comisarios –¿pero quedó alguno
vivo para contarlo?– tenía un tesoro de joyas escondido
en el hueco del cabecero de aquellas camas metálicas, y que de
ahí salía el dinero para el Socorro Rojo. Yo creo que
ahora hasta los hijos de esos comisarios leen el Abc, y
tengo
un amigo, hijo de un teniente de la Guardia de Asalto y con
familiares huidos a Francia y un extrañado teniendo que
buscarse la vida pero fuera de Madrid, que también lo lee.
Pero lo cierto es que, con la ayuda de la Iglesia católica, el
régimen devolvió ciento por uno. Se ha dicho que los
militares así se sacaban la espina del fracaso en África.
Por eso generales como Mola decían que había que
exterminar al enemigo, a sus propios compatriotas. En lo que toca
a
la Iglesia, nos lleva a pensar que habían entendido al revés
aquello que dijo Jesucristo de dar ciento por uno. Así se
cobraban la quema de iglesias, quema que, desde luego, ya sabes
que
yo repudio.
Te menciono el Abc porque siempre me ha dejado perplejo su
actitud durante la larga dictadura. En su cabecera declaraba que
era
un periódico monárquico. Periódico que asistió
impasible a las insidias que se escribían sobre el príncipe
Juan, padre de nuestro Rey, que era, según otra prensa, un
borracho empedernido y vicioso que vivía de juerga permanente
en Estoril. Cuando vino el que luego sería nuestro rey, se
hacían chanzas sobre si era pelín retrasado, porque
tenía un problema de frenillo en la lengua –del que creo
que fue operado– y alguna duda al hablar en español
porque venía de Roma, y en su familia se comunicaban en varias
lenguas diferentes para entenderse entre ellos. Después hemos
sabido que el primer carburante para dar el golpe de Estado que en
definitiva fue el inicio de la Guerra Civil, lo pagaron o avalaron
los propietarios del periódico. No puedo dejar en el tintero
que a mí me contaron, siendo adolescente, que Don Juan definía
a Franco como el triple traidor: traidor a la Monarquía,
traidor a la República y traidor al Movimiento.
En esa decidida actitud de exterminio sobresalió el entonces
coronel Queipo de Llano, con su famosa frase –tanto tiempo
enigmática–: “A ese hay que darle café,
mucho café”. Esa burlona y socarrona afirmación
lo que indicaba es que había que darle el paseo. En Granada,
sin que hubiera batallas durante la guerra, murieron más de
5.000 personas, incluido el gobernador militar de la región,
el alcalde, el presidente de la diputación, el director del
instituto y muchas más de lo que entonces se conocía
como las fuerzas vivas. En esta ciudad y en su entorno, no se sabe
si
por mala conciencia o por una actitud recalcitrante (allá cada
uno con su conciencia), podemos ver ahora mismo una lápida que
dice: “En recuerdo de Federico García Lorca y todos los
muertos de la Guerra Civil”. Creo que ya puestos podrían
haber añadido: y a mi papá y a mi mamá que me
estarán escuchando. ¿Federico recordado junto a caídos
fascistas, comunistas, socialistas, anarquistas, arribistas,
pancistas, falangistas? Vamos, que García Lorca era un alma
sensible que sólo se dedicaba a lo suyo, al arte, un alma cuyo
recuerdo merece más respeto. Ya veremos qué pasa con
las exhumaciones. Me uno al consejo de otro poeta: no lo toques
más,
que así es la rosa.
Hay tres episodios sobresalientes en la Guerra Civil. Uno es
cuando
las llamadas fuerzas nacionales entraron en Badajoz: se dice –no
está comprobado– que torearon en la propia plaza de
toros a los extremeños capturados; torearlos, no es seguro que
se hiciera, pero fusilarlos los fusilaron. Otro es la entrada a
sangre y fuego en La Coruña (ahora, A Coruña), de la
que quizá nunca se ha narrado todo, porque los gallegos han
preferido olvidar. Y la más sonada fue la entrada en Málaga,
donde las tropas disparaban contra todo lo que llevara pantalones,
en
una época en que las mujeres sólo vestían falda.
Pero la apoteosis llegó cuando los aterrorizados malagueños,
que huían por la carretera hacia Almería, comprobaron
con horror y estupor que los estaban bombardeando desde los barcos
de
guerra, no fuera que esa panda de desharrapados les fueran a hacer
daño. Nunca ha caído ni caerá tan bajo la Armada
Española. Sobre esta huida sí que hay un buen libro.
Años ochenta y noventa, un país moderno
Estreno de la democracia en España. Pluralidad de partidos
políticos. Nueva Constitución. Apertura en todos los
órdenes. Más libertad para todos y para casi todo.
Porque ya sabes que el ámbito de la libertad individual se
acaba en el círculo donde empieza la del prójimo. Y se
inventa el Consenso: gran idea.
En la década del 80 comencé a
darme cuenta de que esas izquierdas tan malvadas que nos habían
vendido con tanto acierto y definido como violentas, se
dedicaban a
la defensa sindical y, en la proximidad de los barrios, a crear
un
tejido asociativo y reclamar mejor sanidad (en esas estamos),
mejores
transportes colectivos (una asignatura casi aprobada en Madrid),
mejores comunicaciones y, sobre todo, una enseñanza
obligatoria y gratuita (el 72% de lo que nuestros hijos
estudiaron
como EGB está impartida en Madrid en colegios privados o la
mayoría en concertados). En definitiva, construir un mundo
mejor y más pacífico en el entorno de nuestros barrios,
para que allí crecieran nuestros hijos. Por cierto, ninguno
tenía metralleta, ni proponía a nadie hacer uso de
ella.
Más o menos al comienzo de los 80, comprobé de cerca
cómo un representante sindical acabó en el tribunal de
Magistratura del Trabajo que había en la calle de Orense, sólo
por defender a sus compañeros durante una crisis en la
empresa. Y en ese momento comprendí la gran diferencia entre
las izquierdas y las derechas. Cada uno es fruto de su
circunstancia
y esa fue la mía. Por eso durante ese juicio aprendí en
qué consistía la defensa del colectivo, la solidaridad,
el desprendimiento, la generosidad.
Las izquierdas en España
A las izquierdas se nos cayó, para bien y para mal, el Muro de
Berlín. Ni siquiera hace falta que explique por qué
digo para bien. Los muros, todos los muros, han acabado derribados
a
lo largo de la Historia. No se puede confinar dentro de un muro a
la
libertad. Es imposible. Cayeron las murallas de Jericó. Cayo
el triple muro que, según Platón, rodeaba la Atlántida,
en lo que hoy son las islas Canarias. Cayó el muro de Troya;
bueno, no cayó, pero hay muchos modos de derribar los muros.
¿Que por qué para mal? Porque al
liberar el contrapeso que ejercían las políticas de
izquierda en nuestro mundo civilizado, hemos llegado, como
consecuencia de ese movimiento pendular, a la actual crisis
producida
por la política económica neocon
a ultranza y en exclusiva, con un descontrol de los mercados, de
la
macroeconomía, que ha estado a punto de producir un crash
aún más grave que el del 29. Ese liberalismo sin freno
que comenzó Margaret Thatcher en el Reino Unido, consiguiendo
que la Sanidad inglesa, envidia del planeta Tierra, tuviera que
enviar, durante un invierno de la década de los ochenta,
20.000 enfermos de gripe a Francia, ante la falta de camas en
las
islas Britanicas. Luego la profundizó Ronald Reagan dejando un
gran déficit fiscal en EE UU. Un déficit fiscal que es
un grano de anís si lo comparamos con el enorme fracaso de
George Bush, hijo, en la Administración de su país. Y
un fracaso cuyas consecuencias nos han llevado a todos a la
actual
crisis económica.
Por suerte, aquí en nuestro país,
tenemos al Banco de
España, que vigila estrechamente al sistema bancario. Dadas
las circunstancias actuales, mi defensa de esta entidad podría
parecer propia de un cínico. Pues no, qué va, lo digo
completamente en serio porque creo que podría haber sido mucho
peor. Pero no procede extenderme en esta puntualización.
Volviendo a la enorme confusión que
apuntaba con anterioridad, vemos posiciones políticas que a mí
no dejan de producirme estupor. Lo digo porque sigo sin entender
eso
del abertzalismo de
izquierda. La politica abertzale,
fundada más o menos por
Sabino Arana, es, en mi modesta opinión, una tendencia de
derechas. Porque cuando Sabino estaba empezando a concretar sus
inquietudes políticas, para financiarlas tuvo que recurrir a
las fortunas de Los Arenales, es decir, a los armadores,
constructores, empresarios siderúrgicos y eléctricos.
Luego, la Historia ha dado muchas vueltas en nuestra sufrida
Patria,
pero insisto que el abertzalismo
es, en su origen, un movimiento político propio de las
derechas, y aun me atrevería a decir que es más burgués
que proletario.
Pero no quiero dejar pasar una gran
heroicidad
de un maquis, para compararla con estas heroicidades que
consisten en acercarse a una persona, inerme, indefensa,
confiada, y
pegarle unos tiros a quemarropa. Durante la II Guerra Mundial,
un
huido de España incorporado a la Resistencia francesa, esperó
la llegada de un coche ocupado por oficiales de la Gestapo.
Cuando
iba a abrirse el semáforo en la plaza de Pigalle, se subió
al estribo que tenían los automóviles, y lanzó
una granada dentro del coche. Murieron todos. Pero si le captura
la
Gestapo, ese español, que se llamaba Jiménez o
Rodríguez, o un apellido asi típicamente hispano, canta
La Traviata
aunque no tuviera voz de tenor. Después participaría
con los tanques de la División Lefebvre en la liberación
y desfile de las tropas vencedoras en París. Ese sí es
un héroe, no como otros de pacotilla.
La Iglesia española
Ay, la Iglesia cuánto dolor nos produce a algunos creyentes.
Durante la Transición se nos sugería de cierta manera,
desde el púlpito, el sentido de nuestro voto, con dudas ante
la incierta política de UCD; desde ahí hasta la
derecha, nuestro voto sería un acierto. Dos décadas
después, vimos con estupor que se seguía indicando lo
mismo, en el púlpito y en algunas cartas episcopales. En el
nuevo milenio, comprobamos, ahora con horror, que se convoca a los
feligreses, en una iglesia del Levante español, a una
manifestación, junto con el Partido Popular, en contra de la
nueva ley de equiparación de los homosexuales. El sacerdote
mezcla lo mundano con lo sagrado y antes de acabar la misa indica
el
horario de salida de los autocares (seguramente gratis,
probablemente
con bocadillos y refrescos incluidos, aunque esto sea una
especulación mía).
Y digo con horror no sólo porque esté muy de acuerdo en
que el Estado reconozca a este colectivo su derecho a heredar, a
tener pensiones del Estado cuando procedan o a asistir a la pareja
enferma, que para eso pagan impuestos como todos. El horror
empieza
cuando se presupone una maldad intrínseca a este colectivo,
junto con la imprudencia por invitar a la comparación con los
irresueltos casos de pederastia clerical. Pero el horror es
comprobar
que la Iglesia mezcla demasiado a menudo la cuestión social y
la clerical. Cuando debiera leernos y explicarnos las Escrituras y
empaparnos del mensaje de Jesucristo, que sigue vigente, que
continúa
siendo válido como ejemplo y como guía a seguir. A
veces, todo se reduce a ver a los purpurados, junto a gentes que
son-como-se-debe-de-ser, enarbolando la bandera de todos
desplegada
sólo por unos pocos. Como afirma Carlos Cano: “Cada vez
que dicen Patria, pienso en el pueblo y me pongo a temblar”. Y
continúa su complacencia con el franquismo.
Haciendo juegos de palabras, chascarrillos y metáforas
parecidas a las que nos tienen acostumbrados las portavoces del
PP,
podría decir que la Iglesia confunde la devoción a
Mariano con la devoción mariana a la Virgen María. O
que en vez de rezar el Angelus, rezan para mantener en su puesto a
Ángel Acebes –un poco forzado el chascarrillo,
¿verdad?–. O que al Episcopado español sólo
le place el vuelo de las gaviotas que vienen desde Génova. Que
no quieren escuchar el trino de otros pájaros cantores.
Incondicionales uno del otro, la Iglesia española y el PP
forman una unidad de destino en lo universal. Contra la Ley de
Igualdad, contra la Ley de Ciudadanía, contra cualquier atisbo
de progreso y modernidad.
El Partido Popular y sus nombres
Te voy a enumerar unos pocos nombres de las derechas, con sus
actitudes, decisiones y declaraciones recientes. Para no cansarnos
más, ni va a ser una lista exhaustiva, ni tampoco una
descripción detallada de todo lo que han hecho o han dicho en
los últimos 10 años.
Además, para evitar malas interpretaciones, pongo los nombres
por orden alfabético.
Ángel Acebes.
La responsabilidad política por la matanza de Madrid sólo
le ha hecho abandonar la secretaría general del partido, pero
no dimitió de su cargo de ministro del Interior, a pesar de
que ya le habían dado un aviso con la voladura del restaurante
al lado de la Embajada española en Casablanca, pero lo
desestimó porque no tenía nada que ver con la Embajada.
El Gobierno del PP nos había metido, de hoz y coz, en la
Guerra de Irak, pero aquí seguíamos impertérritos
hasta la matanza de Madrid. Siendo responsable de Interior, el
terrorismo islámico le causó casi 200 muertos y cerca
de 1.000 heridos. Aún seguimos esperando su dimisión.
En el PP exigen dimisiones día tras día, pero ahí
no dimite nadie.
Hace unos lustros, tras un apagón en Nueva York, el gobernador
dimitió de su cargo de inmediato. Desde luego, él no
cortó ningún cable, pero asumió su
responsabilidad. Creo que ningún ministro de la Europa moderna
hubiera seguido en su cargo después de una masacre como esa.
Te voy a contar un episodio que ocurrió al comienzo de la II
Guerra Mundial en Estados Unidos. Tras el bombardeo de Pearl
Harbour
y la contienda contra los japoneses, internaron a miles de
ciudadanos
de origen oriental en campos de concentración. La mayoría
de ellos, si no todos, manifestaron que no suscribían las
apetencias imperialistas de Japón. Pero, por si acaso, los
encerraron porque estaban en guerra. Apelaron a los tribunales,
que
les dieron la razón cuando ya había acabado la
contienda. Porque la guerra es una cosa muy seria.
Esperanza Aguirre.
Ardiente defensora, en la planificacion de la economía y de
otros factores, del liberalismo neocon
que nos ha llevado a todos al borde de la ruina, propone como
solución la rebaja de impuestos, al tiempo que su colega de
partido, Ruiz-Gallardón, nos ha subido a todos los madrileños
los impuestos indirectos, los más injustos.
Respecto a la Sanidad madrileña, está en una fiebre
privatizadora, lenta, encubierta y por ahora imparable, que nos
puede
llevar a una Sanidad que sea un fracaso como la de EE UU, o al
experimento ya mencionado del Reino Unido. Para empezar el melón
y en un aviso a navegantes, se organizó la persecución
de Lamela a Montes, sabiendo que no era verdad lo de las
sedaciones
ilegales, ni la mala praxis, como han acabado por reconocer los
tribunales. Cuenta con la ayuda inestimable de Güemes, yernísimo
enviado por Castellón, que se permite el lujo de censurar a
los dirigentes sindicales afirmando que sólo van a defender
sus puestos, mientras él y otros consejeros se suben los
sueldos un nueve por ciento.
Para acabar, ganó las elecciones de la Comunidad de Madrid
previa compra de los votos del Taimado y de la Sosa; según
unos, con un crédito blando-ya-pagarás-que-eres-joven
de Cajamadrid; según otros, con terrenos en la provincia de
Toledo. Qué más da: hay muchos modos de romper las
urnas. Por ahora no se sabe si los espías que investigaban a
los compañeros díscolos del PP estaban pagados con el
oro de Moscú o con fondos de la cancillería nazi o con
las reservas del virrey inglés de la India. Esperanza se
enfada mucho cuando se descubre que en la cercanía de la
estación del AVE de Guadalajara (a nueve kilómetros del
centro de la ciudad) su familia posee hectáreas, y tiene el
descaro de llamar a la cadena SER para aclarar que en el pueblo
mencionado no poseen nada, pero no sabe/no contesta a la
afirmación
de que en el pueblo colindante lo tienen todo. Y en Tres Cantos,
familiares suyos en primer y segundo grado han amasado millones de
euros en una vidriosa recalificación de terrenos.
José María Aznar.
El Gobierno que presidía sostuvo contra viento y marea la
conexión en la matanza de Madrid, nunca demostrada, entre el
terrorismo etarra y el islamista, prejuzgando actuaciones
policiales
y aportando como prueba una cinta de la orquesta Mondragón
encontrada en la furgoneta de los islamistas. Confundiendo el
deseo
con la realidad, siguen, a dia de hoy, en su intento de embaucar
al
ciudadano mareando la perdiz y sin reconocer su imprevisión.
Te recuerdo dos indicios claros: una queja formal de la
diplomacia
alemana, porque el terrorismo islamico es muy peligroso y no se
puede
relativizar su poder asesino, protestando las palabras de la
ministra
Loyola en la ONU sobre la autoría de ETA como responsable, y,
sobre todo, la intervención del Rey en la tele a media tarde,
donde no aludió a ETA, porque es más cauto, más
sincero con la información que posee y tiene más
respeto a sus ciudadanos.
Cuando estaba en la cresta de la ola, nos lo quieren vender como
futuro candidato a presidente de la República (con Aznar o
García-Trevijano o Mario Conde, firmo mil años de
Monarquía). Y aún hay a quien le preocupa el culto a la
personalidad. Ahora ya se sabe que nos metió en la Guerra de
Irak creyéndose –o sabiéndolas– las
mentiras de Bush sobre las inexistentes armas de destrucción
masiva. Pero Aznar sí sabía que en Irak no podía
estar escondido Bin Laden.
Monta un escándalo prejuzgando un viaje
privado a Marruecos de Felipe González (el presidente que puso
a España en Europa y en el mundo), mientras él bordea
la alta traición, y, conferencia tras conferencia, comete
deslealtad con la patria e infidelidad a su cargo anterior. Y se
ríe
públicamente del efecto
invernadero. Creo que en
ocasiones
desvaría y nadie se atreve a decírselo.
Ana Botella.
Como las risas de su marido sobre el efecto
invernadero, sus bromas
sobre la
contaminación tampoco me divierten nada de nada. Concejal
responsable y con medios para tratar de reducir la contaminación
de Madrid, la relativiza y oculta datos, o retira sensores y
medidores de las zonas calientes.
Francisco Camps. Presidente
de la Comunidad Valenciana. Ha conseguido adormecer a los
valencianos
para que les parezca maravilloso que los políticos que sean
unos chorizos, si son de los nuestros, pues no importa. ¿Quien
rompió la farola? El hijo del alcalde, pues bien rota está.
Y que les parezca bien que su amigo-hermano del alma sea el juez
que
instruya el expediente que podría inculparle, contra todas las
cautelas previstas por la ley. Porque lo más grave no es que
él vaya trajeado gratis y su colega alcaldesa bolseada gratis,
lo verdaderamente grave es el blanqueo de dinero que subyace
debajo
del caso
Gurtel, la
evasión de impuestos (en EE UU ya estaría alguno en la
cárcel por este motivo) y el abuso de su puesto político
en su beneficio y en el de los suyos.
FAES (Fundación
para
el Análisis y los Estudios Sociales). Dispone de recursos
como para fichar a un periodista con ingresos anuales de 80.000
euros. Aunque debe de estar haciendo una gran labor de fondo en
el
embrutecimiento del ciudadano. Quizá –sólo quizá–
se haya inventado ahí la frase esa de que todos los políticos
son iguales, o el infundio de que pronto no va a haber
suficientes
fondos en la Seguridad Social para pagar pensiones. Ya dijo el
aragonés, diputado y cantautor Labordeta que no son siglas
sino acrónimo: FAlange ESpañola.
Alberto Ruiz-Gallardón.
Alcalde de Madrid. En mi modesta opinión, sólo el
recuerdo y la lealtad a su padre hacen que permanezca en el
partido,
formación en la que se le ha sometido a todas las insidias,
trampas y zancadillas que pueda soportar un político de los
compañeros de sus propias filas. Sus impuestos faraónicos
han hipotecado a Madrid.
Mariano Rajoy.
Sería fácil repetir la lista de unos 30 insultos
dirigidos a Zapatero por el dicharachero presidente del PP
–heredero
por designación de Aznar–, sólo habría que
tomarla de la que publicó en su día Juanjo Millás.
Pero ya nos ha quedado claro que maneja bien el acervo
castellano de
insultos, denuestos e invectivas: ¿y de su programa qué?
Directo responsable de la infame actitud del PP en política:
cuanto peor, mejor. Con su sentido destructivo y ofensivo, a mí
me daría miedo tenerlo a cargo del futuro de España.
Podría tomar ejemplo de su tío-abuelo, otro Rajoy
antepasado suyo y creo que obispo, limosnero mayor de Santiago
de
Compostela, y puesto que la limosna es una forma de caridad, ser
más
generoso, si no con Zapatero, al menos con los españoles. Creo
que carece de sentido del Estado. En esta crisis, debería
colaborar más, ser más constructivo. Pone condiciones
que sabe inaceptables. Escorado a la derecha extrema, olvida que
él
no es el presidente del Gobierno. Repudia el consenso. Se
retirará
sin haber sido presidente de España. Cuando perdió otra
vez las elecciones en 2004, debería haber mandado a casa a
Zaplana, Acebes, Trillo y algún otro. Pero no puede, no sabe o
no quiere. Es su problema. Hay modales que no se pueden
abandonar y
alcantarillas a las que no se debe descender en democracia,
rayas que
no se pueden rebasar, como los argumentos por y sobre ETA que
les
vienen al pelo a los asesinos. El despecho produce desvaríos.
Hay que tener más respeto al voto, a la libertad de expresión
y al pluralismo político.
Federico Trillo.
Tragedia del Yak 42: tras la chapuza en la identificación de
los cuerpos, se permite el exabrupto contra los familiares y el
trato
irrespetuoso para los muertos. Otro que no dimite, y encima se
permite –y le permiten en el PP– el lujo de ser quien
controla al PSOE en el Parlamento y se arroga el derecho a dar
lecciones propias de la judicatura. Tampoco merece el nombre de
Federico.
Eduardo Zaplana.
“Estoy en la política para forrarme”. Sigue,
invertido el orden, los tres preceptos medievales: la guarda de
la
fama, la honra y la hacienda.
Con estas actitudes, cada día que pasa me parece más
inconcebible que haya nueve millones de incondicionales de esta
política, se escore hacia donde se escore el barco y lo dirija
el capitán que lo dirija. Esa incondicionalidad facilita la
impunidad de la que se ufanan en todos sus actos públicos.
Asombroso. En la Transición, contra Suárez valía
todo, incluso de gente de su partido. Pero en este partido vale
todo
y sirve todo para ejercer la política. En Europa y en el mundo
hacen falta las derechas en política, pero unas derechas
civilizadas y modernas que no nos recuerden totalitarismos y
dictaduras que tanto miedo y rechazo nos producen a muchos
españoles
que creemos en el progreso y en la igualdad.
La asignatura pendiente en democracia
Los alemanes, al cumplirse los 60 años de la caída de
Berlín, hicieron una despiadada autocrítica, una
descarnada y sincera confesión y reconocimiento de los errores
cometidos por Alemania. Se vacunaron para siempre contra los
dogmatismos y los totalitarismos. Reconocieron, a lo largo de esta
necesaria revisión, que todavía existen empresas que se
fundaron con los bienes expropiados a los judíos, y que no
sentian orgullo por su reciente pasado, sino más bien una
profunda vergüenza. Encabezados por Günter Grass, pero no
sólo por él, hicieron un acto de sublimación, de
purificación, de reconocimiento avergonzado de errores. Nadie
fue a la cárcel (los delitos han prescrito), no se expropió
a nadie, no se sometió a ninguna persona viva en concreto a la
pública vergüenza. Nada parecido a eso se ha hecho en
España.
Aquí, en este país, hace falta un ajuste de cuentas con
la Historia. Como una asignatura pendiente para septiembre; pero
hay
que preparar las materias para aprobarla: hacer un ejercicio de
decantación, sublimación, de atrición si no de
contrición. Respetar la Ley de Memoria Histórica y
eliminar todas las reticencias sobre ella. Dejar de poner chinitas
en
el camino. La apertura de fosas es un derecho sagrado e
inalienable
de los deudos (cada vez van quedando menos). No se piden
expropiaciones, ni responsabilidades penales, sólo se reclama
el derecho moral. Por higiene mental. Para que se cierren y
cautericen las últimas cicatrices del alma. Para que por
dentro se formen costras secas y, “a dentelladas secas y
calientes”, se nos vaya limpiando a todos los españoles
la piel arrugada y renazca un tejido limpio e inmaculado. Pero con
la
asignatura pendiente no será posible conseguirlo. Este país
debería haberla aprobado en septiembre, porque con una
asignatura pendiente no se puede culminar una carrera ni
doctorarse.
A ver si hay una convocatoria extraordinaria y la aprobamos antes
de
que acabe el año.
El PSOE y el Gobierno actual
Seguro que ya estarías rumiando: ¿a que éste no
me va a hablar nada de los socialistas? Como en el caso del otro
partido mayoritario, tampoco voy a repasar la historia sobre su
nacimiento, y eso que lo fundó Pablo Iglesias, un compañero
de profesión. Sí que voy a hacer hincapié en que
ya superaron –y pagaron en las urnas– sus errores con el
GAL o Filesa, así como que se dejaran engañar por
Roldán, un arribista sin escrúpulos que se decía
ingeniero, al que nombraron, nada menos, director general de la
Guardia Civil. El tiempo demostró que habían metido a
la zorra a cuidar el gallinero. Por no recordar, aunque sólo
sea de pasada, el abuso de su apellido que hizo el hermano de
Alfonso
Guerra; resulta fácil llamar por teléfono a quien sea y
decir: que le llama Guerra, para engañar al interlocutor y
jugar a favor del hermano aprovechado con el malentendido
consiguiente. Y que esa se la cuelen al hombre entonces mejor
informado de España es, por lo menos, ineptitud e incapacidad.
Debo añadir que creo que Alfonso sólo pecó de
benevolencia e ingenuidad con su hermano; nada más.
Años más tarde, el PSOE tuvo que reconstituirse y
apartar a Almunia hacia Europa para empezar una nueva etapa con
hombres nuevos. Entró Zapatero, un político ilusionado,
con las ideas claras y que demuestra un enorme respeto al
ciudadano.
Cuidado, digo lo que pienso y no quisiera darte la impresión
de que estoy haciendo la apología de José Luis. He
tratado de ser justo y equitativo con todos los personajes de que
te
he hablado y no quiero hacer una excepción con el actual
presidente del Gobierno. Siempre se le ha acusado de beneficiarse
de
votos de españoles hartos –y calados hasta los huesos en
la manifestación contra la matanza de Atocha– de la
Guerra de Irak y de la matanza en los trenes. Lo cierto es que
había
encuestas antes de la masacre que daban un empate técnico.
Empate que, todo hay que decirlo, hubiera dado la mayoría
simple y muy ajustada al Partido Popular. Pero no se puede estar
culpando siempre al enemigo exterior de los errores propios. El
candidato también era nuevo por parte del PP, pero pagaron en
las urnas los errores recientes y, sobre todo, las mentiras.
Porque
el empleo contumaz y repetido de la mentira servía en los
tiempos de Goebbels. El ciudadano ahora esta más formado y no
le gusta que le engañen día tras día.
Después, como todos sabemos, el PSOE ganó con una
escueta mayoría en las siguientes elecciones. Por eso tiene
ahora que lidiar Zapatero con la crisis que se le ha echado
encima.
Con sus luces y sus sombras. Con aciertos y con errores. En mi
opinión, los aciertos son muy superiores a los errores. Quizá
tendría que haber negociado con los grandes constructores para
que construyeran 20.000 viviendas menos cada año, y eso
hubiera amortiguado el estallido de la burbuja. Pero ya sé que
esto es muy fácil de decir y mucho más difícil
de realizar. Porque a ver quién convence a los muchos que
estaban en la cresta de la ola, y se creían que España
era la sucursal de Hollywood, para que fueran recogiendo poco a
poco
los decorados. Difícil, pero, como digo, quizá tendría
que haberlo intentado.
La enorme crisis que se nos ha echado encima a los españoles,
en mi opinión, es el resultado de una política
desaforada, impulsada por Bush, dejando a los banqueros e
inversores
a su libre albedrío, sin marcarles el terreno para impedir,
como dijo un ilustre economista, que los grandes financieros
jueguen
como en el casino. Todo esto agravado por la permisividad y el
cachondeo (lo siento, no se me ocurre una palabra más
adecuada) que se traía Bush respecto al tema fiscal; vamos, a
los impuestos que debe recaudar una nación si quiere que la
maquinaria ruede engrasada. Nunca un país metido en una guerra
ha bajado los impuestos. Una guerra cuesta muchos dólares y
obliga a aumentarlos.
Porque el origen del impedido segundo crash
en la historia del planeta está en todo lo que apunto, dicho
de una manera corta y resumida. No voy a marearte con hedge
funds (todavía no sé
muy bien en qué consiste ese tocomocho) y otros inventos de
los genios de la Bolsa y de las finanzas. Pero compruebo que esa
política neoliberal (neocon,
como se dice habitualmente del neoliberalismo), heredera de
Milton
Friedman y de sus discípulos de la Universidad de Chicago,
aquí la siguen defendiendo Esperanza Aguirre, presidenta de la
Comunidad de Madrid, mientras Ruiz-Gallardón, su compañero
de la alcaldía de Madrid, sube los impuestos. Digo en plural
porque también defiende Rajoy esa política –en
realidad es lo único coherente que ha dicho en estos dos años
en el Parlamento: defender la bajada de impuestos–. Es su
respetable criterio en la resolución económica y social
de la crisis.
La subida de impuestos, el impulso de obras
públicas y las ayudas a las familias, no es que sea casi el
único camino, es que aflojar o aminorar esa política en
Estados Unidos condujo a que el crash
y la crisis duraran más. Ahora hemos visto la expresiva
fotografía de esa guapa mujer morena, detrás de la cual
se esconden sus dos niños de corta edad, esperando que
contraten a su marido para la recogida de guisantes. En la
relativizada y criticada ayuda a las familias por parte de
algunas
fuerzas políticas, como CiU, parece que olvidan que esas
ayudas son la diferencia entre pasar hambre o tener para comer.
Pero
eso no se financia solo ni puede ser eterno. Y, claro, hay que
frenar
con las riendas el caballo desbocado del déficit para tratar
de llevarlo a límites razonables. No es sólo que esté
de acuerdo con la política que está aplicando Zapatero,
que lo estoy, es que suscribo lo mucho que se ha publicado sobre
lo
que opina Paul Krugman.
Este premio Nobel de Economía propone,
más o menos, esas medidas de Zapatero para tratar de paliar la
crisis, con pautas económicas que se anticipen a lo que queda
por venir. A mí me parece que eso es lo que está
haciendo el presidente. Por cierto, cuando pienso en el
fenomenal
seguimiento en las páginas de El
País sobre la crisis
económica, con lo mucho y bueno publicado sobre la opinión
escrita por este economista, tengo la impresión de que, a lo
largo de más de un año, a Krugman sólo lo hemos
leído los editores, los traductores, los correctores y tres o
cuatro lectores despistados. Porque parece que en algún
editorial de El País
ni están de acuerdo con el Nobel de Economía ni con las
medidas económicas de Zapatero. Dice Krugman en este diario:
“Una respuesta de política fiscal a corto plazo más
enérgica –aumento del gasto público– causa
pérdidas de producción menores a medio plazo.
Cualquiera que piense que estamos haciendo lo suficiente para
crear
empleo (si bien aquí se refiere a EE UU) debería leer
un informe de Jeremy Irons, del Instituto de Política
Económica, sobre la cicatriz que puede dejar un paro alto y
prolongado”.
Claro que hay luces y sombras al afrontar la
difícil solución a esta crisis. En mi opinión,
es imposible alumbrar de golpe una noche oscura como la que nos
ha
echado encima la globalización. Reconozco que no es muy
democrático censurar a la oposición y no hacerlo con el
Gobierno, y aún menos cuando, ahora mismo, las encuestas le
dan un rotundo suspenso, sobre todo por el aumento del paro.
Pero
sigue existiendo una gran diferencia entre servirse del
ciudadano y
servirle.
Para los jóvenes
Querido amigo P., ya no voy a cansarte mucho maás. Pero no
podía acabar esta explicación sobre la España
que nos ha tocado vivir sin contarte un poco lo que opino sobre
las
generaciones que nos van reemplazando. ¿Un legado para la
posteridad? No, qué va qué va. Más bien las
batallitas del abuelo Cebolleta.
Es una generación que ha crecido con Internet, pero la Red
puede ser una trampa, una invitación a la vagancia
intelectual. Porque memorizar despierta las neuronas y crea
sinapsis
(conexiones, ya sabes) entre los entresijos del cerebro. Creo que
ahora, al leer delante de una pantalla, nuestros jóvenes se
informan un poco a salto de mata. Esta técnica para asomarse
al mundo exterior, o de recluirse huyendo de él, ha traído
aparejada el telefono móvil (en California lo llaman celular),
y, claro, los mensajes telefónicos entre ellos, y, claro, la
economía hasta en la formación de las palabras, de las
frases; en suma, la incoherencia gramatical en la que resulta
imposible indagar en busca del orden: sujeto, verbo, predicado.
Un mundo pelín caótico, absurdo,
incoherente para muchos adultos. No hay nada nuevo bajo el sol,
es
sabido que siempre ha habido fricciones entre padres e hijos, y
más
entre nietos y abuelos, sobre la diferentes formas de entender
la
vida. Pero sería bueno que nuestros jóvenes repasaran
lo que dice Mark Twain sobre el uso cortado, que no cortante,
del
idioma, así como el mal uso de la prosodia en su Tom
Sawyer’ donde pone como
ejemplo al analfabeto, aunque bueno y leal compañero,
Huckleberry Finn. Abuso que podemos comprobar día a día
cuando nuestros políticos, locutores que se supone bien
formados en el uso del lenguaje, y hasta comunicados de
responsables
de prensa, nos dicen eso de: he pensao, hemos pasao, han
interrogao;
puede oírse, incluso, han venío por han venido, o como
el jocoso dicho aquel de, en lugar de: qué has comido, decir:
cascomío. Pero, como puede verse, es un mal extendido. Yo
quería hacer hincapié en los mensajes por teléfono
móvil mutilados, donde se mezcla la fonética del número
con la de las letras, en una forma críptica y esquizofrénica
de comunicarse.
Esa facilidad de comunicación causa,
paradójicamente, la incomunicación entre los
interlocutores. Ahora se está advirtiendo sobre la sordera que
pueden causar los MP3 con cascos sobre las orejas y la música
a 100 o 120 decibelios. Hablando de música, ese gorroneo de
bajarse
gratis de la Red canciones, composiciones, videoclips
y todo lo que se pille, bordea lo ilegal, o lo alegal, como se
prefiera. Cualquier mediocre entendido en música como yo, sabe
que una canción tiene diez o quince instrumentistas detras, un
arreglista, un compositor de la música, otro de la letra; pues
bien, todo esos profesionales deberían vivir, según
estos nuevos bucaneros, de las rentas o de otros ingresos: es su
problema.
Pero me estoy yendo por las ramas. Nosotros hemos presenciado cómo
dos parejas recién sentadas ante una mesa para comer, y se
supone que para hablar de sus cosas, nada más llegar, los
cuatro se pusieron a hablar por sus respectivos móviles: ¡viva
la comunicación! Por no recordar esa situación que
sabes que me da dentera: tú te desplazas físicamente a
hablar con alguien o hacia algún centro público,
esperas tu vez o ya estás hablando con tu interlocutor; de
repente (casi siempre) suena un teléfono y te dejan con la
palabra en la boca y dan prioridad al último llegado. Sólo
uno de cada siete es capaz de decirte: perdona, y decir al del
teléfono: espera o ahora te llamo. Y sólo uno de cada
diez consigue seguir la charla contigo. No sois capaces de
mantener
un diálogo más de cinco minutos.
Pertenecéis a una generación en
que la publicidad en Internet supera por primera vez a la de TV
en el
Reino Unido. Respecto a la televisión, habéis conocido
cómo el errático Chávez prohíbe Los
Simpson. Esa facilidad para
el
gratis total nos ha acarreado a todos, porque todos lo sufrimos,
vuestra incapacidad para la gratitud. ¿Tenéis
inquietudes? Lo siento, pero a mí me parece que sois una
generación dispuesta a llevarse el tuper y escurrir el
bulto. Cualquier día en cualquier examen, os vais a presentar,
con el Google u otro programa colgado en vuestro ordenata, a
responder al cuestionario. Vamos lo que se lleva ahora: cortar y
pegar. Ojo, no podéis estar toda vuestra vida culpando a la
LOGSE u otra ley de enseñanza de vuestras carencias. Como no
podéis estar tuteando hasta al lucero del alba, aunque podría
ser vuestro abuelo. Porque eso conduce al poco respeto al maestro
y a
los mayores, como nos inculcaron a nosotros. Que, además, no
nos gusta buscar culpables, sino, exclusivamente, responsables.
Sin
querer ser ave de mal agüero, creo que
vais a vivir más de una guerra del agua.
Que no, que no sois los únicos
responsables de la sociedad que nos ha tocado vivir: muy rica en
recursos materiales, pero que no profundiza en lo importante
para el
ser humano. Saturada de información, de mala información,
de programas de reality show,
nos venden el morbo de vida de gente sin importancia: arrimados
a
toreros, cantaoras, actores, actrices y otros, son auténticos
parásitos que se agarran al portador de sus miserias con uñas
y dientes, ayudados por periodistos (sí, has leído
bien: no son periodistas) que, gracias a ellos, viven muy bien.
Aquí
no hay escrúpulos, ni ética ni moral; sólo vale
el dinero, no el modo de lograrlo, y si es negro, mejor. Las
inquisidoras se rasgan las vestiduras: la Patiño abandona el
sitial si se la critica; Belén Esteban emplea como escudo a su
hija, y luego se extrañan de que el Defensor del Menor censure
tanta inmoralidad.
Pero no creáis que en el mundo masculino
somos mejores en lo tocante a la necedad del ser humano. En el
sobado
tema del fútbol (nuestra prioridad exclusiva), se puede abrir
la sección de Deportes de un Telediario con otro periodisto
contando la mejoría de la uña de un dedo de Ronaldo,
otro que no paga impuestos. Un Alfonso al que le pagan los
servicios
con un puestecillo en el fútbol base de la casa
blanca, dotado por el
Ayuntamiento
con 100.000 euros: algo así indica el Evangelio cuando habla
de la parábola de los celemines.
Finalizo, que ya está bien de matraca. Sólo una
precisión: “rojo” es, según el DRAE de
1992, “radical, revolucionario”; pues yo no me siento ni
lo uno ni lo otro, sólo me siento progresista. O como decía
Indalecio Prieto: “Socialista a fuerza de liberal”. Ni he
querido invocar el malditismo, ni buscar la polémica, ni hacer
proselitismo. Que cada palo aguante su vela.
California, 23 de septiembre - 9 de octubre de 2009
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