jueves, 7 de enero de 2010

Alberto Collantes: Yo también era de derechas "Yo también era de derechas", Jueves 7 enero 2010


"Yo también era de derechas", Jueves 7 enero 2010

En memoria de
Soledad, mi madre,
percha de tantos golpes

Yo también era de derechas
“Yo, contra mi hermano.
Yo y mi hermano, contra mi primo.
Yo, mi hermano y mi primo, contra mi vecino.
Yo, mi hermano, mi primo y mi vecino, contra el forastero”.
(Proverbio tuareg).
Me preguntas, P., si dejaré de quererte como amigo porque eres de derechas. Y a tu burlona y cariñosa pregunta respondo que no, que eso nunca. Porque la amistad está, o debería estar casi siempre, por encima de las cosas mundanas. Además, en democracia estamos tutelados, por fin después de siglos y de décadas durante el siglo pasado, por el artículo 20 de la Constitución, artículo que nos permite ser del partido legalizado que nos venga en gana, y, sobre todo, no tener que confesar a nadie, ni mucho menos avergonzarse, de sentirse de derechas o de izquierdas. Pero ya hablaremos de eso, porque cada uno es fruto de su circunstancia, y a nuestra ya larga edad hemos andado muchos caminos, hemos superado algunas encrucijadas –no siempre con acierto— y hace unos pocos años nos hemos reafirmado sobre nuestras ideas, tanto en política como en otras que ahora no vienen al caso. Y, desde luego, no por pura cabezonería, porque es algo más profundo, como tú bien sabes.

Introducción
Ahora, un nacido en la dura década del hambre de los cuarenta, sin acritud en un intento de lograr la equidad, repasa el camino que le ha ido llevando, poco a poco, desde las derechas hasta las izquierdas. Iba a decir que casi sin darme cuenta, pero no sería cierto; decía que he recorrido el camino inverso a tantos, y algunos tan conocidos, que empezaron siendo de las izquierdas más ilusas, de esas que andaban entre el comunismo y el anarquismo. ¿Que por qué los llamo ilusos –con todo mi respeto y sin afán peyorativo, como se dice ahora–, porque era una mezcla impensable y que resultó imposible. Uno lo constata cuando lee, sin dejar de removerse en la silla, la que montaron en la Guerra Civil en Barcelona, de manera parecida a la que montó Casado en Madrid cuando ya, por suerte, finalizaba la Guerra Civil. Y digo por suerte porque de esa manera dejaban de matarse entre sí los españoles. Luego matarían exclusivamente sólo los de la parte ganadora a los de la perdedora. Pero de eso también hablaremos luego.
Decía que la moda, lo que se lleva, es haber recorrido ese primigenio camino de las izquierdas, para pasarse –a medrar, a chupar del bote– a las derechas. Claro que tengo que poner el ejemplo de Federico –que no hace honor ni al nombre– lanzando invectivas, insultos, proclamas, mentiras y falsos testimonios, ¡desde la radio de los obispos!, contra todos y contra todo lo que huela a izquierdas. Contra los rojos.
Enfatizo que lo haga desde la radio obispal porque su discurso carece del más mínimo atisbo de caridad, carencia que recordaba e implícitamente condenaba el papa actual, Benedicto XVI, cuando indicó a sus creyentes la necesidad de aplicar en sus vidas esa virtud teologal de la caridad.
No voy a darte lecciones de historia ni de poliítica. Sólo recordarte que, una vez muerto León Trotsky en México por el expeditivo procedimiento de reventarle la cabeza con un piolet blandido o enarbolado por Ramón Mercader, el anarquismo, y sobre todo su unión con el comunismo, quedaron truncados para siempre. Ahora, al menos aquí en España, el anarcosindicalismo tiene su sitio, se le respeta y hace su trabajo e intenta su proselitismo con una causa justa, la defensa del trabajador. Te voy a contar una anécdota. Resulta que en el Camino de Santiago por Aragón, entre Jaca y Sanguesa, en Ruesda, hay un albergue dirigido por la CNT: ¡vivir para ver!
Por otro lado, Vladímir Lenin, muerto en 1924, dejó el camino libre a Stalin, algo que seguro que aquél nunca hubiera deseado. Y Stalin modificó a su capricho, a su conveniencia, y a sus instintos criminales, la Revolución de Octubre. Vencedor de los nazis en la II Guerra Mundial, se aplicó, con saña y con crueldad, en jugar la segunda parte del partido empezado antes de dicha guerra, para ver si conseguía, él solito, producir tantas muertes de paisanos rusos y no rusos como las ocurridas en dicha contienda. A día de hoy no se sabe bien si consiguió el estremecedor empate, a pesar de la denuncia de Solienitsin con sus Archipiélago Gulag y Un día en la vida de Iván Denisovih. Porque de la URSS se sabía tan poco, que a los expertos les estalló la glasnost (la apertura de Gorbachov) sin haberse enterado de nada. Por eso se defiende cada vez menos el estalinismo y cada vez más el leninismo.
El siglo pasado nos trajo siniestros personajes, como Stalin, como Hitler, como Mao, como Pol Pot, como Franco, como Pinochet, como los generales argentinos, que se aplicaron con verdadero ahínco a exterminar compatriotas. Hay más casos, como los de África, pero no quiero apabullarte.
Del matarife de Georgia ya hemos hablado. Sobre Hitler se ha escrito mucho. Pero debo decirte que del directo responsable (ante la cómplice o estúpida pasividad de casi todos los políticos hasta el 39) de más de 70 millones de muertos en Europa se recuerda, sobre todo, el Holocausto. Pero de cómo han conseguido superar los alemanes sus errores y reconocerlos, hablaremos más adelante.
Me vas a permitir que de este asunto, terrible asunto, estremecedor asunto, te hable en párrafo aparte. Sólo voy a decirte que, en el bombardeo de Dresde, en una venganza de los ingleses por la caída de las V-1 y V-2 sobre Inglaterra, se calcula que hubo entre 60.000 y 70.000 muertos. Pero lo censurable es que ese bombardeo se hizo con bombas de fósforo, material prohibido que se infiltraba en los refugios y mataba a todo ser vivo. Bueno, es un episodio más de los muchos que se producen en una guerra. Ahora, los israelíes han justificado su último ataque a la Franja de Gaza con los mismos argumentos que daba la Werchmat cuando, durante el cerco del Gueto de Varsovia, sus oficiales cuadriculaban con precisión un bloque de casas, en represalia porque desde allí había disparado un patriota polaco –seguramente judío– y reventaban el edificio a cañonazos con los tanques Panzer y Tiger; cuando te digo que lo reventaban, estoy queriendo describir que convertían en pura ruina un bloque de ocho plantas con diez o doce portales y habitado por cientos de vecinos.
El método empleado en Gaza ha sido más o menos el mismo, sólo que los medios actuales son más avanzados, más sofisticados, tan modernos que consiguen matar con un misil de corto alcance a un dirigente dentro de su coche. Pero lo censurable es cuando, con ese mismo tipo de misiles, se revienta una casa civil y se desventra a tres o cuatro familias. Nada ha cambiado: como decía Hermann Hesse, el hombre sigue siendo un lobo para el hombre. O como dijo aquel presidente de EE UU del nicaragüense Somoza: es un redomado hijo de puta, pero es de los nuestros.
A Mao te lo voy a resumir para no cansarte demasiado. Tras su memorable y encomiable marcha de los 2.000 kilometros, fue modificando la revolución marxista en su afán reeducador. Al final, parecía como si, entre él y su mujer, quisieran hacer una regresión de sus paisanos, y, mediante ese camino inverso, devolverlos al útero de la madre. Pero lo que hicieron fue devolver a millones de compatriotas al útero de la madre tierra, que es donde regresan los muertos. Porque la metamorfosis inversa desde mariposa hasta crisálida es sencillamente imposible.
No voy a justificar a Pol Pot, aunque habrá que recordar que en Camboya los norteamericanos lanzaron, durante nueve meses, tantas toneladas de explosivos como en toda la II Guerra Mundial, machacando la retaguardia de Vietnam en un último y baldío esfuerzo para no perder la Guerra de Vietnam. Pero eso no justifica la estupidez de Pol Pot, que en su República Popular de Kampuchea arrasó con todo conocimiento, intelectual o profesional, en otra nauseabunda reeducación. La estulticia conseguida entre sus paisanos llegó al extremo de que, cuando empezaron a llegar ayudas alimentarias para una población depauperada, no había conductores de camión capaces de repartirlas; porque los había matado a todos, junto con millones de compatriotas. Otro matarife de sus paisanos. Hay ahora un dirigente, también oriental, que me recuerda a Pol Pot por el grado de estupidez. Me refiero, claro está, a Kim Jong-il, el dirigente de Corea del Norte. El paraíso del socialismo tiene armas nucleares, pero acaban de regalarle 10.000 toneladas de trigo para su hambrienta población. Y el comunismo no se hereda de padres a hijos, porque es una ideología contraria a la monarquía hereditaria. Pero la familia tira mucho y el poder tira más. Pobres coreanos.
Ahora se va sabiendo, cada día un poco más, de lo que fue capaz el augusto milico de Chile. Lo peor es que, ese tambien, murió en su cama. Rodeado de los suyos. Reconfortado por los obispos. Llorado por algunos incautos. Admirado por otros muchos arribistas agradecidos. Exportado, cual mercancía barata, desde Londres hasta Santiago, para evitar la justicia de Garzón, que le inculpaba de la desaparición de Soria, un empresario español. Un dictador que ejecutó la muerte del presidente Allende por haberse atrevido a dar tierras a los hambrientos y, sobre todo, nacionalizar las minas de cobre, administradas por y para EE UU. Ahora se ha descubierto (pura rutina de estos salvapatrias) que tenía una cuenta fraudulenta en Suiza. Y hace unos 15 años se descubrió la trama montada para eliminar a un general chileno que podía hacerle sombra. Y por orden de Pinochet lo asesinaron en Roma. La suprema razón era conservar el poder lo suficiente para llegar a la cifra de decenas de miles de compatriotas asesinados, torturados, desaparecidos, confinados.
En realidad, el exterminio, secuestro y desaparición de compatriotas por otros compatriotas funcionó de manera parecida en Argentina. Por razones políticas, claro. Porque los montoneros se pusieron pesaditos, igual que en Uruguay. Aquí la responsabilidad se la repartieron entre más generales. Quizá por eso también aquí hubo menos muertos. No trato de justificar el dolor individual, que nunca se diluye entre el dolor colectivo. Lo digo sólo en cuanto a otras cifras de muertos muchísimo más elevadas. Pero, por favor, lejos de mí la idea de relativizarlo. Lo digo sobre todo porque no vaya a caer sobre mí la ira de las Madres de Mayo, que en su inmenso dolor confunden las cosas y apoyan a los etarras.
¿Que por qué me dejo a Mussolini? ¿Por salvar al fascismo? Desde luego que no. Como estoy hablando de cifras enormes, este italiano causó menos muertes, bastante menos. Pero la cifra no le exculpa ni tanto así. A diferencia de otros matarifes del siglo pasado, a Mussolini sus compatriotas le colgaron muerto de un gancho de carnicero. Benito no murió en la cama: todo un símbolo.

Espana, años 40, década del hambre, y años 50, década de penuria
Sobre todo en Madrid (donde hemos nacido tú y yo), la década de los cuarenta fue muy dura, durísima. Aquí, los que no teníamos pueblo, no recibíamos de nuestros parientes –cuando podían enviarlo sin que se lo confiscaran en los trenes– esos sacos de patatas, para llenar un poco la andorga; o, lujo de los lujos, embutido. Por eso yo he probado el jamón después de los 12 años. Todavía recuerdo cuando mi madre nos mandaba a comprar un cubo de carbón, que no siempre se llenaba con el poco dinero que nos daba. Pero lo que se me ha quedado grabado ha sido lo del cuarto y mitad –de arroz, de harina, de azúcar–; ahora, con el reposo que da la vejez, me parece que la mitad de cuarto era la merma del peso de aquellos papeles grises de estraza, grises como toda nuestra infancia. Infancia que, pese a todo, yo no recuerdo que fuera infeliz, a lo mejor porque en mi calle se podía jugar a la pelota porque pasaba un coche cada varios minutos, o, qué sé yo, porque jugábamos a pídola, a las tabas, a la correa.
En plan confidencial, te recuerdo que hemos nacido en el año en que se creó el No-Do (¡jo, vaya año!), auspiciados por el levantamiento del gueto de Varsovia y justo mil años después que Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador. Te lo cuento porque me sentí igual que él cuando me enviaron al destierro profesional, esta vez sin doce de los míos, el día que me harté de sufrir mobbing (entonces ni existía la palabra). Pero no quiero hablar de mí, sino sólo de lo que me rodeaba. Porque sí recuerdo que la estructura sindical y vertical que había en Espana, me ayudó poco, muy poco. Con los años veríamos que esa estructura –en algunos casos, en sonados casos, en contados casos– serviría para dar cobijo a los asesinos del crimen de los abogados laboralistas de Atocha (ninguno de los condenados acabó de cumplir condena en la cárcel). Peor es cuando se sospecha, se sugiere, se infiere, que la trama civil y alguna financiación vino desde allí para montarnos el intento de golpe de Estado del 23-F. Que podría haber acabado en otra guerra civil. Otra guerra más en España, donde, prácticamente desde la de Independencia –si te parece bien la incluimos, porque algo de guerra civil hubo entre afrancesados y no afrancesados–, hemos tenido una media docena de contiendas de paisanos contra paisanos, hermanos contra hermanos.
Pero de aquella década poco puedo recordar, pues era muy pequeño. Sí que me viene a la memoria la asociación, falsa asociación, que tenía en mi cabeza cuando pasaban algunos hombres desharrapados, sin afeitar, con la mirada huidiza, la torva expresión de su cara, la huraña actitud de sus hombros caídos. Ahora me avergüenzo al recordar que de aquellos hombres que pasaban hambre, algunos de nuestros amigos mayores nos decían que eran rojos, y que se tenían merecido lo que les pasaba, que eran hombres malos. Como en El conde Lucanor, nuestra tristeza porque sólo comíamos altramuces, no era nada comparada con la pobreza de esos hombres que esperaban las cáscaras que nos sobraban. Para mi madre no había color rojo, porque probablemente por miedo siempre decía colorado. Y digo que me avergüenzo porque yo asentía porque sentía lo mismo que ellos. Seguro que alguno andaba escondiéndose para que no le llevaran a Cuelgamuros, a picar piedra para el Valle de los Caídos. U otro acababa de salir de Carabanchel, con suerte por no haber terminado en las vallas de las Ventas. Pero no quiero zanjar este episodio de la construccion del Valle de los Caídos sin mostrar un secreto aún no resuelto por la historia. Si durante aquellos años, fríos y crueles años, el presupuesto por convicto en esas obras era, por ejemplo, de 25 céntimos diarios (ni sé ni quiero saber cuánto era exactamente), para la manutención del preso sólo llegaban 15 céntimos. Y a día de hoy aún no se sabe quién o quiénes se quedaban con esa diferencia.
Era un clima de violencia ejercida y oculta, de crueldad latente, de pobreza con su inseparable tristeza, y de miedo. Miedo a no se sabía muy bien qué, pero miedo, miedo a todo, miedo a todos. Un miedo que se palpaba en el ambiente y que por desgracia era algo más que los temores infantiles.
Mira, no quiero hacer ahora un ajuste de cuentas, porque creo que todo eso quedó casi superado con la Transición, un pacto que evitó la Ruptura que pedían algunos y que a mí me daba mucho miedo. Pero aún recuerdo aquellas dos décadas del cuarenta y del cincuenta, en las que no sabíamos de la misa la media. Un tiempo de malos y buenos, de maniqueísmo barato y de papanatas. Con la represalia feroz que se hizo contra los vencidos. Y me voy sorprendiendo cada día más de la maldad que se ejercía contra los supuestos malos. Qué gente más terrible. Ahora vamos sabiendo de la muerte, estúpida muerte, inmerecida condena, de maestros de escuela en la República, de españoles con las manos limpias de sangre fusilados como si las tuvieran manchadas. ¡Qué horror!
Pero creo que hay una deuda pendiente. Una deuda de todos para todos. Una catarsis que supere tanta injusticia. Una reparación exclusivamente moral. Una deuda de lealtad hacia tanto desaparecido mientras mascullaba, con la pala de su fosa en una mano y el estupor en la cara: pero yo qué coño he hecho, yo qué les he hecho a éstos. Y lo más terrible, lo imperdonable, lo que está pendiente de completar, es el sagrado derecho de los deudos, de los familiares, de los hijos, de los nietos, a saber dónde están los restos de sus antepasados. De los que quieran saberlo, que aún quedan, de los que exigen saberlo. ¿Por qué preocupa tanto y se ponen tantas trabas a este inalienable derecho? ¿De qué bando son los deudos de las fosas que se van desenterrando?
Pero qué generación más siniestra nos antecedió, como inevitable resultado de las elevadas tasas de analfabetismo: Dios mío, qué brutos y qué sanguinarios eran los unos y los otros. En las cartas que se censuraban o que escribían los leídos para otros que no sabían, a veces se preguntaba más por las bestias –el que las tenía en el corral– que por la familia, preocupación propia de gente apegada al terruño y que temía las carencias producidas cuando faltaba la fuerza de trabajo de la bestia de carga. En suma, una generación atrasada.

Años sesenta, tímido comienzo del desarrollo
Aquí, en la España perdedora y concretamente en Madrid, que es mi villa, hasta el principio de la década de los sesenta nos estuvimos comiendo los mocos y quitándonos el hambre –toda clase de hambres, que hay muchas– a bofetada limpia. Al comienzo de los sesenta se empezaron a notar los dólares de ese tardío Plan Marshall que supuso para nosotros la llegada de los norteamericanos en el año 53. La Guerra Fría necesitaba una retaguardia ante el previsible avance –el tiempo demostraría que bastante improbable– de las hordas rojas lanzadas desde Rusia contra la Europa indefensa y todavía curando sus heridas de guerra, cuyos tanques llegarían hasta los Pirineos en una incontenible oleada. El caso es que ese movimiento estratégico en el tablero de ajedrez de la prevista III Guerra Mundial trajo a la Península el dinero necesario para empezar un plan de desarrollo.
Ese Plan de Desarrollo, diseñado por López Rodó –no quiero citar muchos nombres–, llevó a las casas neveras –aún no se decía frigoríficos– que arrumbaron las fresqueras donde se guardaba al aire lo poco que se tenía, y, en ocasiones, protegido entre trozos de barras de hielo que íbamos a comprar aquí y allí. Trajo los electrodomésticos, el más importante de los cuales fue la lavadora, que liberó por primera vez a nuestras madres de aquellas pilas en las que se frotaba la ropa, previamente enjabonada con Lagarto –¡qué invento!–, contra las traviesas redondeadas de las tablas de madera para lavar. Empezamos a merendar algo más que la onza de chocolate granuloso –una sola–, cuando tocaba; porque si no quedaba chocolate, pan con aceite y azúcar (los endocrinos sostienen que ese aceite, poco refinado, nos ha dejado una buena piel). Y se acabaron las gachas de San Antonio, hechas con harina de almortas y con pobres tropezones, o ninguno.
Tras pocos años, llegó el turismo, que trajo más divisas y, sobre todo, un viento de nuevas ideas y de nuevas formas de enfocar la política. Pero resultó ser un cambio muy lento. Aún recuerdo –con vergüenza propia– mi desdeñosa mirada de adolescente ante las vestimentas que traían algunos, junto con la escandalosa opinión que me merecían las románticas escenas de amor playeras de los franceses –para nosotros, todos eran franceses, es que no queríamos ni mentar a los de la pérfida Albión–, por no hablar de la llegada de los Beatles en el 68 a la plaza de Ventas y mi ignorancia musical –de la que aún no me he recuperado–, porque sólo eran eso: unos peludos. Cuando les condecoraron con la Orden del Imperio Británico, confieso que yo no entendía nada, y por supuesto suscribía (claro que sí, lleva más razón que un santo) el comentario que hizo el húngaro Lajos Zilahy, autor de la monumental Las cárceles del alma, cuando manifestó que esa distinción ofendía a muchos británicos que habían luchado, en otras condiciones y por medios casi siempre guerreros, en defensa del Imperio Británico. De pronto me vienen a la cabeza mis discusiones con amigos que venían de trabajar en Alemania o en Suiza, defendiendo lo de aquí.
Creo que sí me he recuperado, después de dos o tres décadas, de la opinión que me mereció entonces –adoctrinado y condicionado como estaba por tantos años de letargo– el Mayo del 68. Porque aquí se nos contaba de mala manera y con muy mala baba aquello de: “Levantar los adoquines, que debajo encontraréis la arena de la playa”. Como si el lema fuera matar a los gendarmes a puro adoquinazo. Ahora creo que aún vivimos de ese nuevo espíritu, de esa nueva filosofía, de ese aldabonazo para sacudir la molicie de la política que entonces descansaba plácidamente recostada en una Europa surgida de la posguerra. Y resulta preocupante que no hayan surgido, al menos en lo que va de siglo, nuevas ideas acuñadas en Francia, todavía inspiradas en la Revolución Francesa, ideas con las que se ha ido acunando y desarrollando el resto de Europa, como nos ha recordado el medio siglo de la concepción y subsiguiente parto de lo que ha acabado por convertirse en la Unión Europea.
Pero con anterioridad, para defender el concepto de la Enciclopedia y del consiguiente amor a los libros, tuvieron que vencer a los nazis, autores de una infame y pública quema de libros, en Berlín en mayo de 1933, destruyendo tomos de librepensadores como Freud, Thomas Mann, Carlos Marx y algunos otros, en un intento de erradicar “la funesta manía de pensar” (Fernando VII, dixit).

Años setenta, nuevos vientos y llegada de la democracia
Por fin, estreno de la democracia en España. Pluralidad de partidos políticos. Nueva Constitución. Apertura en todos los órdenes. Un soplo de libertad, como si se hubiera abierto por fin una puerta atrancada durante 40 años. Todo porque a la muerte del despreciable dictador Franco nuestro país empezó a modernizarse, tanto en política como en otras muchas asignaturas que estaban pendientes –o en suspenso, como se decía–. Más libertad para todos y para casi todo.
No dejo de asombrarme porque aún queden ciudadanos que defiendan su legado y justifiquen sus atrocidades. Las señoras que añoran su dictadura deberían recordar la Sección Femenina, donde la mujer era para su marido una amante sirvienta anulada como persona, subordinada y supeditada al macho. No podían tener cuentas bancarias a su nombre, y, claro, en la actualidad no podrían tener tarjetas para sacar dinero en los cajeros.
Ahora, cada mes un poco más, todos vamos sabiendo el horror y la profundidad de la represalia en la posguerra. Una de las llamadas 13 rosas fue fusilada, culpable de haber conducido un tranvía durante los tres años de guerra, porque los hombres estaban en el frente, en el Jarama, en la Moncloa, en Arganda y en tantos sitios. Aquí cerca, en Hortaleza, como está recogido en la Ley de la Memoria Histórica, estuvieron persiguiendo, a principios de los 40, al alcalde del entonces pueblo de Hortaleza, regidor que se salvó porque le buscaban en una calle de Madrid, y, por suerte para él, vivia en una calle con ese mismo nombre, aunque en el pueblo de Colmenarejo. Pues bien, le buscaban porque habia realizado tres horrendas iniciativas como alcalde: una, poner una multa a la empresa por falta de peso en las hogazas vendidas desde un obrador de Colmenar –entonces Hortaleza dependía judicialmente de Colmenar–; otra, haber puesto otro caño, duplicando el aporte de agua a la fuente de la que se surtían los del pueblo, y la tercera, haber alfabetizado a todos sus paisanos. No quiero extenderme más sobre el dictador porque sobre él ya se ha escrito casi todo. Sí me vas a permitir que compare su actitud con la de otro vencedor de una guerra civil: Abraham Lincoln, que dijo al acabar la contienda en Estados Unidos: “No ha habido vencedores y vencidos. Sólo ha habido equivocados y no equivocados”.
Que sí, que sí, que en Madrid hubo checas. Y fusilamientos. En otra ocasión te hablaré de la Brigada Tadell, un grupo de asesinos sin escrúpulos que campaba por Madrid a sus anchas en busca de los de la Quinta Columna. Durante la guerra, hubo una comisaría política donde ahora existe un colegio y donde estaba el cine Europa. En la posguerra se decía que alguno de esos comisarios –¿pero quedó alguno vivo para contarlo?– tenía un tesoro de joyas escondido en el hueco del cabecero de aquellas camas metálicas, y que de ahí salía el dinero para el Socorro Rojo. Yo creo que ahora hasta los hijos de esos comisarios leen el Abc, y tengo un amigo, hijo de un teniente de la Guardia de Asalto y con familiares huidos a Francia y un extrañado teniendo que buscarse la vida pero fuera de Madrid, que también lo lee. Pero lo cierto es que, con la ayuda de la Iglesia católica, el régimen devolvió ciento por uno. Se ha dicho que los militares así se sacaban la espina del fracaso en África. Por eso generales como Mola decían que había que exterminar al enemigo, a sus propios compatriotas. En lo que toca a la Iglesia, nos lleva a pensar que habían entendido al revés aquello que dijo Jesucristo de dar ciento por uno. Así se cobraban la quema de iglesias, quema que, desde luego, ya sabes que yo repudio.
Te menciono el Abc porque siempre me ha dejado perplejo su actitud durante la larga dictadura. En su cabecera declaraba que era un periódico monárquico. Periódico que asistió impasible a las insidias que se escribían sobre el príncipe Juan, padre de nuestro Rey, que era, según otra prensa, un borracho empedernido y vicioso que vivía de juerga permanente en Estoril. Cuando vino el que luego sería nuestro rey, se hacían chanzas sobre si era pelín retrasado, porque tenía un problema de frenillo en la lengua –del que creo que fue operado– y alguna duda al hablar en español porque venía de Roma, y en su familia se comunicaban en varias lenguas diferentes para entenderse entre ellos. Después hemos sabido que el primer carburante para dar el golpe de Estado que en definitiva fue el inicio de la Guerra Civil, lo pagaron o avalaron los propietarios del periódico. No puedo dejar en el tintero que a mí me contaron, siendo adolescente, que Don Juan definía a Franco como el triple traidor: traidor a la Monarquía, traidor a la República y traidor al Movimiento.
En esa decidida actitud de exterminio sobresalió el entonces coronel Queipo de Llano, con su famosa frase –tanto tiempo enigmática–: “A ese hay que darle café, mucho café”. Esa burlona y socarrona afirmación lo que indicaba es que había que darle el paseo. En Granada, sin que hubiera batallas durante la guerra, murieron más de 5.000 personas, incluido el gobernador militar de la región, el alcalde, el presidente de la diputación, el director del instituto y muchas más de lo que entonces se conocía como las fuerzas vivas. En esta ciudad y en su entorno, no se sabe si por mala conciencia o por una actitud recalcitrante (allá cada uno con su conciencia), podemos ver ahora mismo una lápida que dice: “En recuerdo de Federico García Lorca y todos los muertos de la Guerra Civil”. Creo que ya puestos podrían haber añadido: y a mi papá y a mi mamá que me estarán escuchando. ¿Federico recordado junto a caídos fascistas, comunistas, socialistas, anarquistas, arribistas, pancistas, falangistas? Vamos, que García Lorca era un alma sensible que sólo se dedicaba a lo suyo, al arte, un alma cuyo recuerdo merece más respeto. Ya veremos qué pasa con las exhumaciones. Me uno al consejo de otro poeta: no lo toques más, que así es la rosa.
Hay tres episodios sobresalientes en la Guerra Civil. Uno es cuando las llamadas fuerzas nacionales entraron en Badajoz: se dice –no está comprobado– que torearon en la propia plaza de toros a los extremeños capturados; torearlos, no es seguro que se hiciera, pero fusilarlos los fusilaron. Otro es la entrada a sangre y fuego en La Coruña (ahora, A Coruña), de la que quizá nunca se ha narrado todo, porque los gallegos han preferido olvidar. Y la más sonada fue la entrada en Málaga, donde las tropas disparaban contra todo lo que llevara pantalones, en una época en que las mujeres sólo vestían falda. Pero la apoteosis llegó cuando los aterrorizados malagueños, que huían por la carretera hacia Almería, comprobaron con horror y estupor que los estaban bombardeando desde los barcos de guerra, no fuera que esa panda de desharrapados les fueran a hacer daño. Nunca ha caído ni caerá tan bajo la Armada Española. Sobre esta huida sí que hay un buen libro.

Años ochenta y noventa, un país moderno
Estreno de la democracia en España. Pluralidad de partidos políticos. Nueva Constitución. Apertura en todos los órdenes. Más libertad para todos y para casi todo. Porque ya sabes que el ámbito de la libertad individual se acaba en el círculo donde empieza la del prójimo. Y se inventa el Consenso: gran idea.
En la década del 80 comencé a darme cuenta de que esas izquierdas tan malvadas que nos habían vendido con tanto acierto y definido como violentas, se dedicaban a la defensa sindical y, en la proximidad de los barrios, a crear un tejido asociativo y reclamar mejor sanidad (en esas estamos), mejores transportes colectivos (una asignatura casi aprobada en Madrid), mejores comunicaciones y, sobre todo, una enseñanza obligatoria y gratuita (el 72% de lo que nuestros hijos estudiaron como EGB está impartida en Madrid en colegios privados o la mayoría en concertados). En definitiva, construir un mundo mejor y más pacífico en el entorno de nuestros barrios, para que allí crecieran nuestros hijos. Por cierto, ninguno tenía metralleta, ni proponía a nadie hacer uso de ella.
Más o menos al comienzo de los 80, comprobé de cerca cómo un representante sindical acabó en el tribunal de Magistratura del Trabajo que había en la calle de Orense, sólo por defender a sus compañeros durante una crisis en la empresa. Y en ese momento comprendí la gran diferencia entre las izquierdas y las derechas. Cada uno es fruto de su circunstancia y esa fue la mía. Por eso durante ese juicio aprendí en qué consistía la defensa del colectivo, la solidaridad, el desprendimiento, la generosidad.

Las izquierdas en España
A las izquierdas se nos cayó, para bien y para mal, el Muro de Berlín. Ni siquiera hace falta que explique por qué digo para bien. Los muros, todos los muros, han acabado derribados a lo largo de la Historia. No se puede confinar dentro de un muro a la libertad. Es imposible. Cayeron las murallas de Jericó. Cayo el triple muro que, según Platón, rodeaba la Atlántida, en lo que hoy son las islas Canarias. Cayó el muro de Troya; bueno, no cayó, pero hay muchos modos de derribar los muros.
¿Que por qué para mal? Porque al liberar el contrapeso que ejercían las políticas de izquierda en nuestro mundo civilizado, hemos llegado, como consecuencia de ese movimiento pendular, a la actual crisis producida por la política económica neocon a ultranza y en exclusiva, con un descontrol de los mercados, de la macroeconomía, que ha estado a punto de producir un crash aún más grave que el del 29. Ese liberalismo sin freno que comenzó Margaret Thatcher en el Reino Unido, consiguiendo que la Sanidad inglesa, envidia del planeta Tierra, tuviera que enviar, durante un invierno de la década de los ochenta, 20.000 enfermos de gripe a Francia, ante la falta de camas en las islas Britanicas. Luego la profundizó Ronald Reagan dejando un gran déficit fiscal en EE UU. Un déficit fiscal que es un grano de anís si lo comparamos con el enorme fracaso de George Bush, hijo, en la Administración de su país. Y un fracaso cuyas consecuencias nos han llevado a todos a la actual crisis económica.
Por suerte, aquí en nuestro país, tenemos al Banco de España, que vigila estrechamente al sistema bancario. Dadas las circunstancias actuales, mi defensa de esta entidad podría parecer propia de un cínico. Pues no, qué va, lo digo completamente en serio porque creo que podría haber sido mucho peor. Pero no procede extenderme en esta puntualización.
Volviendo a la enorme confusión que apuntaba con anterioridad, vemos posiciones políticas que a mí no dejan de producirme estupor. Lo digo porque sigo sin entender eso del abertzalismo de izquierda. La politica abertzale, fundada más o menos por Sabino Arana, es, en mi modesta opinión, una tendencia de derechas. Porque cuando Sabino estaba empezando a concretar sus inquietudes políticas, para financiarlas tuvo que recurrir a las fortunas de Los Arenales, es decir, a los armadores, constructores, empresarios siderúrgicos y eléctricos. Luego, la Historia ha dado muchas vueltas en nuestra sufrida Patria, pero insisto que el abertzalismo es, en su origen, un movimiento político propio de las derechas, y aun me atrevería a decir que es más burgués que proletario.
Pero no quiero dejar pasar una gran heroicidad de un maquis, para com­pararla con estas heroicidades que consisten en acercarse a una persona, inerme, indefensa, confiada, y pegarle unos tiros a quemarropa. Durante la II Guerra Mundial, un huido de España incorporado a la Resistencia francesa, esperó la llegada de un coche ocupado por oficiales de la Gestapo. Cuando iba a abrirse el semáforo en la plaza de Pigalle, se subió al estribo que tenían los automóviles, y lanzó una granada dentro del coche. Murieron todos. Pero si le captura la Gestapo, ese español, que se llamaba Jiménez o Rodríguez, o un apellido asi típicamente hispano, canta La Traviata aunque no tuviera voz de tenor. Después participaría con los tanques de la División Lefebvre en la liberación y desfile de las tropas vencedoras en París. Ese sí es un héroe, no como otros de pacotilla.

La Iglesia española
Ay, la Iglesia cuánto dolor nos produce a algunos creyentes. Durante la Transición se nos sugería de cierta manera, desde el púlpito, el sentido de nuestro voto, con dudas ante la incierta política de UCD; desde ahí hasta la derecha, nuestro voto sería un acierto. Dos décadas después, vimos con estupor que se seguía indicando lo mismo, en el púlpito y en algunas cartas episcopales. En el nuevo milenio, comprobamos, ahora con horror, que se convoca a los feligreses, en una iglesia del Levante español, a una manifestación, junto con el Partido Popular, en contra de la nueva ley de equiparación de los homosexuales. El sacerdote mezcla lo mundano con lo sagrado y antes de acabar la misa indica el horario de salida de los autocares (seguramente gratis, probablemente con bocadillos y refrescos incluidos, aunque esto sea una especulación mía).
Y digo con horror no sólo porque esté muy de acuerdo en que el Estado reconozca a este colectivo su derecho a heredar, a tener pensiones del Estado cuando procedan o a asistir a la pareja enferma, que para eso pagan impuestos como todos. El horror empieza cuando se presupone una maldad intrínseca a este colectivo, junto con la imprudencia por invitar a la comparación con los irresueltos casos de pederastia clerical. Pero el horror es comprobar que la Iglesia mezcla demasiado a menudo la cuestión social y la clerical. Cuando debiera leernos y explicarnos las Escrituras y empaparnos del mensaje de Jesucristo, que sigue vigente, que continúa siendo válido como ejemplo y como guía a seguir. A veces, todo se reduce a ver a los purpurados, junto a gentes que son-como-se-debe-de-ser, enarbolando la bandera de todos desplegada sólo por unos pocos. Como afirma Carlos Cano: “Cada vez que dicen Patria, pienso en el pueblo y me pongo a temblar”. Y continúa su complacencia con el franquismo.
Haciendo juegos de palabras, chascarrillos y metáforas parecidas a las que nos tienen acostumbrados las portavoces del PP, podría decir que la Iglesia confunde la devoción a Mariano con la devoción mariana a la Virgen María. O que en vez de rezar el Angelus, rezan para mantener en su puesto a Ángel Acebes –un poco forzado el chascarrillo, ¿verdad?–. O que al Episcopado español sólo le place el vuelo de las gaviotas que vienen desde Génova. Que no quieren escuchar el trino de otros pájaros cantores. Incondicionales uno del otro, la Iglesia española y el PP forman una unidad de destino en lo universal. Contra la Ley de Igualdad, contra la Ley de Ciudadanía, contra cualquier atisbo de progreso y modernidad.

El Partido Popular y sus nombres
Te voy a enumerar unos pocos nombres de las derechas, con sus actitudes, decisiones y declaraciones recientes. Para no cansarnos más, ni va a ser una lista exhaustiva, ni tampoco una descripción detallada de todo lo que han hecho o han dicho en los últimos 10 años.
Además, para evitar malas interpretaciones, pongo los nombres por orden alfabético.
Ángel Acebes. La responsabilidad política por la matanza de Madrid sólo le ha hecho abandonar la secretaría general del partido, pero no dimitió de su cargo de ministro del Interior, a pesar de que ya le habían dado un aviso con la voladura del restaurante al lado de la Embajada española en Casablanca, pero lo desestimó porque no tenía nada que ver con la Embajada. El Gobierno del PP nos había metido, de hoz y coz, en la Guerra de Irak, pero aquí seguíamos impertérritos hasta la matanza de Madrid. Siendo responsable de Interior, el terrorismo islámico le causó casi 200 muertos y cerca de 1.000 heridos. Aún seguimos esperando su dimisión. En el PP exigen dimisiones día tras día, pero ahí no dimite nadie.
Hace unos lustros, tras un apagón en Nueva York, el gobernador dimitió de su cargo de inmediato. Desde luego, él no cortó ningún cable, pero asumió su responsabilidad. Creo que ningún ministro de la Europa moderna hubiera seguido en su cargo después de una masacre como esa.
Te voy a contar un episodio que ocurrió al comienzo de la II Guerra Mundial en Estados Unidos. Tras el bombardeo de Pearl Harbour y la contienda contra los japoneses, internaron a miles de ciudadanos de origen oriental en campos de concentración. La mayoría de ellos, si no todos, manifestaron que no suscribían las apetencias imperialistas de Japón. Pero, por si acaso, los encerraron porque estaban en guerra. Apelaron a los tribunales, que les dieron la razón cuando ya había acabado la contienda. Porque la guerra es una cosa muy seria.
Esperanza Aguirre. Ardiente defensora, en la planificacion de la economía y de otros factores, del liberalismo neocon que nos ha llevado a todos al borde de la ruina, propone como solución la rebaja de impuestos, al tiempo que su colega de partido, Ruiz-Gallardón, nos ha subido a todos los madrileños los impuestos indirectos, los más injustos.
Respecto a la Sanidad madrileña, está en una fiebre privatizadora, lenta, encubierta y por ahora imparable, que nos puede llevar a una Sanidad que sea un fracaso como la de EE UU, o al experimento ya mencionado del Reino Unido. Para empezar el melón y en un aviso a navegantes, se organizó la persecución de Lamela a Montes, sabiendo que no era verdad lo de las sedaciones ilegales, ni la mala praxis, como han acabado por reconocer los tribunales. Cuenta con la ayuda inestimable de Güemes, yernísimo enviado por Castellón, que se permite el lujo de censurar a los dirigentes sindicales afirmando que sólo van a defender sus puestos, mientras él y otros consejeros se suben los sueldos un nueve por ciento.
Para acabar, ganó las elecciones de la Comunidad de Madrid previa compra de los votos del Taimado y de la Sosa; según unos, con un crédito blando-ya-pagarás-que-eres-joven de Cajamadrid; según otros, con terrenos en la provincia de Toledo. Qué más da: hay muchos modos de romper las urnas. Por ahora no se sabe si los espías que investigaban a los compañeros díscolos del PP estaban pagados con el oro de Moscú o con fondos de la cancillería nazi o con las reservas del virrey inglés de la India. Esperanza se enfada mucho cuando se descubre que en la cercanía de la estación del AVE de Guadalajara (a nueve kilómetros del centro de la ciudad) su familia posee hectáreas, y tiene el descaro de llamar a la cadena SER para aclarar que en el pueblo mencionado no poseen nada, pero no sabe/no contesta a la afirmación de que en el pueblo colindante lo tienen todo. Y en Tres Cantos, familiares suyos en primer y segundo grado han amasado millones de euros en una vidriosa recalificación de terrenos.
José María Aznar. El Gobierno que presidía sostuvo contra viento y marea la conexión en la matanza de Madrid, nunca demostrada, entre el terrorismo etarra y el islamista, prejuzgando actuaciones policiales y aportando como prueba una cinta de la orquesta Mondragón encontrada en la furgoneta de los islamistas. Confundiendo el deseo con la realidad, siguen, a dia de hoy, en su intento de embaucar al ciudadano mareando la perdiz y sin reconocer su imprevisión. Te recuerdo dos indicios claros: una queja formal de la diplomacia alemana, porque el terrorismo islamico es muy peligroso y no se puede relativizar su poder asesino, protestando las palabras de la ministra Loyola en la ONU sobre la autoría de ETA como responsable, y, sobre todo, la intervención del Rey en la tele a media tarde, donde no aludió a ETA, porque es más cauto, más sincero con la información que posee y tiene más respeto a sus ciudadanos.
Cuando estaba en la cresta de la ola, nos lo quieren vender como futuro candidato a presidente de la República (con Aznar o García-Trevijano o Mario Conde, firmo mil años de Monarquía). Y aún hay a quien le preocupa el culto a la personalidad. Ahora ya se sabe que nos metió en la Guerra de Irak creyéndose –o sabiéndolas– las mentiras de Bush sobre las inexistentes armas de destrucción masiva. Pero Aznar sí sabía que en Irak no podía estar escondido Bin Laden.
Monta un escándalo prejuzgando un viaje privado a Marruecos de Felipe González (el presidente que puso a España en Europa y en el mundo), mientras él bordea la alta traición, y, conferencia tras conferencia, comete deslealtad con la patria e infidelidad a su cargo anterior. Y se ríe públicamente del efecto invernadero. Creo que en ocasiones desvaría y nadie se atreve a decírselo.
Ana Botella. Como las risas de su marido sobre el efecto invernadero, sus bromas sobre la contaminación tampoco me divierten nada de nada. Concejal responsable y con medios para tratar de reducir la contaminación de Madrid, la relativiza y oculta datos, o retira sensores y medidores de las zonas calientes.
Francisco Camps. Presidente de la Comunidad Valenciana. Ha conseguido adormecer a los valencianos para que les parezca maravilloso que los políticos que sean unos chorizos, si son de los nuestros, pues no importa. ¿Quien rompió la farola? El hijo del alcalde, pues bien rota está. Y que les parezca bien que su amigo-hermano del alma sea el juez que instruya el expediente que podría inculparle, contra todas las cautelas previstas por la ley. Porque lo más grave no es que él vaya trajeado gratis y su colega alcaldesa bolseada gratis, lo verdaderamente grave es el blanqueo de dinero que subyace debajo del caso Gurtel, la evasión de impuestos (en EE UU ya estaría alguno en la cárcel por este motivo) y el abuso de su puesto político en su beneficio y en el de los suyos.
FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales). Dispone de recursos como para fichar a un periodista con ingresos anuales de 80.000 euros. Aunque debe de estar haciendo una gran labor de fondo en el embrutecimiento del ciudadano. Quizá –sólo quizá– se haya inventado ahí la frase esa de que todos los políticos son iguales, o el infundio de que pronto no va a haber suficientes fondos en la Seguridad Social para pagar pensiones. Ya dijo el aragonés, diputado y cantautor Labordeta que no son siglas sino acrónimo: FAlange ESpañola.
Alberto Ruiz-Gallardón. Alcalde de Madrid. En mi modesta opinión, sólo el recuerdo y la lealtad a su padre hacen que permanezca en el partido, formación en la que se le ha sometido a todas las insidias, trampas y zancadillas que pueda soportar un político de los compañeros de sus propias filas. Sus impuestos faraónicos han hipotecado a Madrid.
Mariano Rajoy. Sería fácil repetir la lista de unos 30 insultos dirigidos a Zapatero por el dicharachero presidente del PP –heredero por designación de Aznar–, sólo habría que tomarla de la que publicó en su día Juanjo Millás. Pero ya nos ha quedado claro que maneja bien el acervo castellano de insultos, denuestos e invectivas: ¿y de su programa qué? Directo responsable de la infame actitud del PP en política: cuanto peor, mejor. Con su sentido destructivo y ofensivo, a mí me daría miedo tenerlo a cargo del futuro de España. Podría tomar ejemplo de su tío-abuelo, otro Rajoy antepasado suyo y creo que obispo, limosnero mayor de Santiago de Compostela, y puesto que la limosna es una forma de caridad, ser más generoso, si no con Zapatero, al menos con los españoles. Creo que carece de sentido del Estado. En esta crisis, debería colaborar más, ser más constructivo. Pone condiciones que sabe inaceptables. Escorado a la derecha extrema, olvida que él no es el presidente del Gobierno. Repudia el consenso. Se retirará sin haber sido presidente de España. Cuando perdió otra vez las elecciones en 2004, debería haber mandado a casa a Zaplana, Acebes, Trillo y algún otro. Pero no puede, no sabe o no quiere. Es su problema. Hay modales que no se pueden abandonar y alcantarillas a las que no se debe descender en democracia, rayas que no se pueden rebasar, como los argumentos por y sobre ETA que les vienen al pelo a los asesinos. El despecho produce desvaríos. Hay que tener más respeto al voto, a la libertad de expresión y al pluralismo político.
Federico Trillo. Tragedia del Yak 42: tras la chapuza en la identificación de los cuerpos, se permite el exabrupto contra los familiares y el trato irrespetuoso para los muertos. Otro que no dimite, y encima se permite –y le permiten en el PP– el lujo de ser quien controla al PSOE en el Parlamento y se arroga el derecho a dar lecciones propias de la judicatura. Tampoco merece el nombre de Federico.
Eduardo Zaplana. “Estoy en la política para forrarme”. Sigue, invertido el orden, los tres preceptos medievales: la guarda de la fama, la honra y la hacienda.
Con estas actitudes, cada día que pasa me parece más inconcebible que haya nueve millones de incondicionales de esta política, se escore hacia donde se escore el barco y lo dirija el capitán que lo dirija. Esa incondicionalidad facilita la impunidad de la que se ufanan en todos sus actos públicos. Asombroso. En la Transición, contra Suárez valía todo, incluso de gente de su partido. Pero en este partido vale todo y sirve todo para ejercer la política. En Europa y en el mundo hacen falta las derechas en política, pero unas derechas civilizadas y modernas que no nos recuerden totalitarismos y dictaduras que tanto miedo y rechazo nos producen a muchos españoles que creemos en el progreso y en la igualdad.

La asignatura pendiente en democracia
Los alemanes, al cumplirse los 60 años de la caída de Berlín, hicieron una despiadada autocrítica, una descarnada y sincera confesión y reconocimiento de los errores cometidos por Alemania. Se vacunaron para siempre contra los dogmatismos y los totalitarismos. Reconocieron, a lo largo de esta necesaria revisión, que todavía existen empresas que se fundaron con los bienes expropiados a los judíos, y que no sentian orgullo por su reciente pasado, sino más bien una profunda vergüenza. Encabezados por Günter Grass, pero no sólo por él, hicieron un acto de sublimación, de purificación, de reconocimiento avergonzado de errores. Nadie fue a la cárcel (los delitos han prescrito), no se expropió a nadie, no se sometió a ninguna persona viva en concreto a la pública vergüenza. Nada parecido a eso se ha hecho en España.
Aquí, en este país, hace falta un ajuste de cuentas con la Historia. Como una asignatura pendiente para septiembre; pero hay que preparar las materias para aprobarla: hacer un ejercicio de decantación, sublimación, de atrición si no de contrición. Respetar la Ley de Memoria Histórica y eliminar todas las reticencias sobre ella. Dejar de poner chinitas en el camino. La apertura de fosas es un derecho sagrado e inalienable de los deudos (cada vez van quedando menos). No se piden expropiaciones, ni responsabilidades penales, sólo se reclama el derecho moral. Por higiene mental. Para que se cierren y cautericen las últimas cicatrices del alma. Para que por dentro se formen costras secas y, “a dentelladas secas y calientes”, se nos vaya limpiando a todos los españoles la piel arrugada y renazca un tejido limpio e inmaculado. Pero con la asignatura pendiente no será posible conseguirlo. Este país debería haberla aprobado en septiembre, porque con una asignatura pendiente no se puede culminar una carrera ni doctorarse. A ver si hay una convocatoria extraordinaria y la aprobamos antes de que acabe el año.

El PSOE y el Gobierno actual
Seguro que ya estarías rumiando: ¿a que éste no me va a hablar nada de los socialistas? Como en el caso del otro partido mayoritario, tampoco voy a repasar la historia sobre su nacimiento, y eso que lo fundó Pablo Iglesias, un compañero de profesión. Sí que voy a hacer hincapié en que ya superaron –y pagaron en las urnas– sus errores con el GAL o Filesa, así como que se dejaran engañar por Roldán, un arribista sin escrúpulos que se decía ingeniero, al que nombraron, nada menos, director general de la Guardia Civil. El tiempo demostró que habían metido a la zorra a cuidar el gallinero. Por no recordar, aunque sólo sea de pasada, el abuso de su apellido que hizo el hermano de Alfonso Guerra; resulta fácil llamar por teléfono a quien sea y decir: que le llama Guerra, para engañar al interlocutor y jugar a favor del hermano aprovechado con el malentendido consiguiente. Y que esa se la cuelen al hombre entonces mejor informado de España es, por lo menos, ineptitud e incapacidad. Debo añadir que creo que Alfonso sólo pecó de benevolencia e ingenuidad con su hermano; nada más.
Años más tarde, el PSOE tuvo que reconstituirse y apartar a Almunia hacia Europa para empezar una nueva etapa con hombres nuevos. Entró Zapatero, un político ilusionado, con las ideas claras y que demuestra un enorme respeto al ciudadano. Cuidado, digo lo que pienso y no quisiera darte la impresión de que estoy haciendo la apología de José Luis. He tratado de ser justo y equitativo con todos los personajes de que te he hablado y no quiero hacer una excepción con el actual presidente del Gobierno. Siempre se le ha acusado de beneficiarse de votos de españoles hartos –y calados hasta los huesos en la manifestación contra la matanza de Atocha– de la Guerra de Irak y de la matanza en los trenes. Lo cierto es que había encuestas antes de la masacre que daban un empate técnico. Empate que, todo hay que decirlo, hubiera dado la mayoría simple y muy ajustada al Partido Popular. Pero no se puede estar culpando siempre al enemigo exterior de los errores propios. El candidato también era nuevo por parte del PP, pero pagaron en las urnas los errores recientes y, sobre todo, las mentiras. Porque el empleo contumaz y repetido de la mentira servía en los tiempos de Goebbels. El ciudadano ahora esta más formado y no le gusta que le engañen día tras día.
Después, como todos sabemos, el PSOE ganó con una escueta mayoría en las siguientes elecciones. Por eso tiene ahora que lidiar Zapatero con la crisis que se le ha echado encima. Con sus luces y sus sombras. Con aciertos y con errores. En mi opinión, los aciertos son muy superiores a los errores. Quizá tendría que haber negociado con los grandes constructores para que construyeran 20.000 viviendas menos cada año, y eso hubiera amortiguado el estallido de la burbuja. Pero ya sé que esto es muy fácil de decir y mucho más difícil de realizar. Porque a ver quién convence a los muchos que estaban en la cresta de la ola, y se creían que España era la sucursal de Hollywood, para que fueran recogiendo poco a poco los decorados. Difícil, pero, como digo, quizá tendría que haberlo intentado.
La enorme crisis que se nos ha echado encima a los españoles, en mi opinión, es el resultado de una política desaforada, impulsada por Bush, dejando a los banqueros e inversores a su libre albedrío, sin marcarles el terreno para impedir, como dijo un ilustre economista, que los grandes financieros jueguen como en el casino. Todo esto agravado por la permisividad y el cachondeo (lo siento, no se me ocurre una palabra más adecuada) que se traía Bush respecto al tema fiscal; vamos, a los impuestos que debe recaudar una nación si quiere que la maquinaria ruede engrasada. Nunca un país metido en una guerra ha bajado los impuestos. Una guerra cuesta muchos dólares y obliga a aumentarlos.
Porque el origen del impedido segundo crash en la historia del planeta está en todo lo que apunto, dicho de una manera corta y resumida. No voy a marearte con hedge funds (todavía no sé muy bien en qué consiste ese tocomocho) y otros inventos de los genios de la Bolsa y de las finanzas. Pero compruebo que esa política neoliberal (neocon, como se dice habitualmente del neoliberalismo), heredera de Milton Friedman y de sus discípulos de la Universidad de Chicago, aquí la siguen defendiendo Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, mientras Ruiz-Gallardón, su compañero de la alcaldía de Madrid, sube los impuestos. Digo en plural porque también defiende Rajoy esa política –en realidad es lo único coherente que ha dicho en estos dos años en el Parlamento: defender la bajada de impuestos–. Es su respetable criterio en la resolución económica y social de la crisis.
La subida de impuestos, el impulso de obras públicas y las ayudas a las familias, no es que sea casi el único camino, es que aflojar o aminorar esa política en Estados Unidos condujo a que el crash y la crisis duraran más. Ahora hemos visto la expresiva fotografía de esa guapa mujer morena, detrás de la cual se esconden sus dos niños de corta edad, esperando que contraten a su marido para la recogida de guisantes. En la relativizada y criticada ayuda a las familias por parte de algunas fuerzas políticas, como CiU, parece que olvidan que esas ayudas son la diferencia entre pasar hambre o tener para comer. Pero eso no se financia solo ni puede ser eterno. Y, claro, hay que frenar con las riendas el caballo desbocado del déficit para tratar de llevarlo a límites razonables. No es sólo que esté de acuerdo con la política que está aplicando Zapatero, que lo estoy, es que suscribo lo mucho que se ha publicado sobre lo que opina Paul Krugman.
Este premio Nobel de Economía propone, más o menos, esas medidas de Zapatero para tratar de paliar la crisis, con pautas económicas que se anticipen a lo que queda por venir. A mí me parece que eso es lo que está haciendo el presidente. Por cierto, cuando pienso en el fenomenal seguimiento en las páginas de El País sobre la crisis económica, con lo mucho y bueno publicado sobre la opinión escrita por este economista, tengo la impresión de que, a lo largo de más de un año, a Krugman sólo lo hemos leído los editores, los traductores, los correctores y tres o cuatro lectores despistados. Porque parece que en algún editorial de El País ni están de acuerdo con el Nobel de Economía ni con las medidas económicas de Zapatero. Dice Krugman en este diario: “Una respuesta de política fiscal a corto plazo más enérgica –aumento del gasto público– causa pérdidas de producción menores a medio plazo. Cualquiera que piense que estamos haciendo lo suficiente para crear empleo (si bien aquí se refiere a EE UU) debería leer un informe de Jeremy Irons, del Instituto de Política Económica, sobre la cicatriz que puede dejar un paro alto y prolongado”.
Claro que hay luces y sombras al afrontar la difícil solución a esta crisis. En mi opinión, es imposible alumbrar de golpe una noche oscura como la que nos ha echado encima la globalización. Reconozco que no es muy democrático censurar a la oposición y no hacerlo con el Gobierno, y aún menos cuando, ahora mismo, las encuestas le dan un rotundo suspenso, sobre todo por el aumento del paro. Pero sigue existiendo una gran diferencia entre servirse del ciudadano y servirle.

Para los jóvenes
Querido amigo P., ya no voy a cansarte mucho maás. Pero no podía acabar esta explicación sobre la España que nos ha tocado vivir sin contarte un poco lo que opino sobre las generaciones que nos van reemplazando. ¿Un legado para la posteridad? No, qué va qué va. Más bien las batallitas del abuelo Cebolleta.
Es una generación que ha crecido con Internet, pero la Red puede ser una trampa, una invitación a la vagancia intelectual. Porque memorizar despierta las neuronas y crea sinapsis (conexiones, ya sabes) entre los entresijos del cerebro. Creo que ahora, al leer delante de una pantalla, nuestros jóvenes se informan un poco a salto de mata. Esta técnica para asomarse al mundo exterior, o de recluirse huyendo de él, ha traído aparejada el telefono móvil (en California lo llaman celular), y, claro, los mensajes telefónicos entre ellos, y, claro, la economía hasta en la formación de las palabras, de las frases; en suma, la incoherencia gramatical en la que resulta imposible indagar en busca del orden: sujeto, verbo, predicado.
Un mundo pelín caótico, absurdo, incoherente para muchos adultos. No hay nada nuevo bajo el sol, es sabido que siempre ha habido fricciones entre padres e hijos, y más entre nietos y abuelos, sobre la diferentes formas de entender la vida. Pero sería bueno que nuestros jóvenes repasaran lo que dice Mark Twain sobre el uso cortado, que no cortante, del idioma, así como el mal uso de la prosodia en su Tom Sawyer’ donde pone como ejemplo al analfabeto, aunque bueno y leal compañero, Huckleberry Finn. Abuso que podemos comprobar día a día cuando nuestros políticos, locutores que se supone bien formados en el uso del lenguaje, y hasta comunicados de responsables de prensa, nos dicen eso de: he pensao, hemos pasao, han interrogao; puede oírse, incluso, han venío por han venido, o como el jocoso dicho aquel de, en lugar de: qué has comido, decir: cascomío. Pero, como puede verse, es un mal extendido. Yo quería hacer hincapié en los mensajes por teléfono móvil mutilados, donde se mezcla la fonética del número con la de las letras, en una forma críptica y esquizofrénica de comunicarse.
Esa facilidad de comunicación causa, paradójicamente, la incomunicación entre los interlocutores. Ahora se está advirtiendo sobre la sordera que pueden causar los MP3 con cascos sobre las orejas y la música a 100 o 120 decibelios. Hablando de música, ese gorroneo de bajarse gratis de la Red canciones, composiciones, videoclips y todo lo que se pille, bordea lo ilegal, o lo alegal, como se prefiera. Cualquier mediocre entendido en música como yo, sabe que una canción tiene diez o quince instrumentistas detras, un arreglista, un compositor de la música, otro de la letra; pues bien, todo esos profesionales deberían vivir, según estos nuevos bucaneros, de las rentas o de otros ingresos: es su problema.
Pero me estoy yendo por las ramas. Nosotros hemos presenciado cómo dos parejas recién sentadas ante una mesa para comer, y se supone que para hablar de sus cosas, nada más llegar, los cuatro se pusieron a hablar por sus respectivos móviles: ¡viva la comunicación! Por no recordar esa situación que sabes que me da dentera: tú te desplazas físicamente a hablar con alguien o hacia algún centro público, esperas tu vez o ya estás hablando con tu interlocutor; de repente (casi siempre) suena un teléfono y te dejan con la palabra en la boca y dan prioridad al último llegado. Sólo uno de cada siete es capaz de decirte: perdona, y decir al del teléfono: espera o ahora te llamo. Y sólo uno de cada diez consigue seguir la charla contigo. No sois capaces de mantener un diálogo más de cinco minutos.
Pertenecéis a una generación en que la publicidad en Internet supera por primera vez a la de TV en el Reino Unido. Respecto a la televisión, habéis conocido cómo el errático Chávez prohíbe Los Simpson. Esa facilidad para el gratis total nos ha acarreado a todos, porque todos lo sufrimos, vuestra incapacidad para la gratitud. ¿Tenéis inquietudes? Lo siento, pero a mí me parece que sois una generación dispuesta a llevarse el tuper y escurrir el bulto. Cualquier día en cualquier examen, os vais a presentar, con el Google u otro programa colgado en vuestro ordenata, a responder al cuestionario. Vamos lo que se lleva ahora: cortar y pegar. Ojo, no podéis estar toda vuestra vida culpando a la LOGSE u otra ley de enseñanza de vuestras carencias. Como no podéis estar tuteando hasta al lucero del alba, aunque podría ser vuestro abuelo. Porque eso conduce al poco respeto al maestro y a los mayores, como nos inculcaron a nosotros. Que, además, no nos gusta buscar culpables, sino, exclusivamente, responsables. Sin querer ser ave de mal agüero, creo que vais a vivir más de una guerra del agua.
Que no, que no sois los únicos responsables de la sociedad que nos ha tocado vivir: muy rica en recursos materiales, pero que no profundiza en lo importante para el ser humano. Saturada de información, de mala información, de programas de reality show, nos venden el morbo de vida de gente sin importancia: arrimados a toreros, cantaoras, actores, actrices y otros, son auténticos parásitos que se agarran al portador de sus miserias con uñas y dientes, ayudados por periodistos (sí, has leído bien: no son periodistas) que, gracias a ellos, viven muy bien. Aquí no hay escrúpulos, ni ética ni moral; sólo vale el dinero, no el modo de lograrlo, y si es negro, mejor. Las inquisidoras se rasgan las vestiduras: la Patiño abandona el sitial si se la critica; Belén Esteban emplea como escudo a su hija, y luego se extrañan de que el Defensor del Menor censure tanta inmoralidad.
Pero no creáis que en el mundo masculino somos mejores en lo tocante a la necedad del ser humano. En el sobado tema del fútbol (nuestra prioridad exclusiva), se puede abrir la sección de Deportes de un Telediario con otro periodisto contando la mejoría de la uña de un dedo de Ronaldo, otro que no paga impuestos. Un Alfonso al que le pagan los servicios con un puestecillo en el fútbol base de la casa blanca, dotado por el Ayuntamiento con 100.000 euros: algo así indica el Evangelio cuando habla de la parábola de los celemines.
Finalizo, que ya está bien de matraca. Sólo una precisión: “rojo” es, según el DRAE de 1992, “radical, revolucionario”; pues yo no me siento ni lo uno ni lo otro, sólo me siento progresista. O como decía Indalecio Prieto: “Socialista a fuerza de liberal”. Ni he querido invocar el malditismo, ni buscar la polémica, ni hacer proselitismo. Que cada palo aguante su vela.
California, 23 de septiembre - 9 de octubre de 2009
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