Agur
amor
Ahora voy menos a verte. Tuve que espaciar mis visitas porque ni me
daba el infarto deseado ni la angustia de las lágrimas secas
me consolaba. Cada tres días vuelvo a tu lado para recordar tu
risa, tu ternura, tu amor. Si por un momento refulge el sol, espero
ilusionada que el rayo me haga un guiño que caliente un
instante mi alma angustiada y me indique que aún estás
ahí, que todavía estás aquí conmigo.
Cuando el celaje de nubes negras tapa la luz, me repliego sobre el
suelo suplicando que esa oscuridad embadurne mi cuerpo y acabe de
consumirlo para siempre. Durante ese momento eterno desearía
que toda mi alma y todo mi cuerpo atravesaran la tierra para cogernos
de la mano y sumergirnos en las puras ondas etéreas
incontaminadas y limpias de todo odio humano y de toda violencia.
Cuando regreso, la congoja me ahoga físicamente y querría
dejar de respirar, pero nunca lo logro. Al bajar la pendiente del
cementerio y darle la espalda al mar, siento que me alejo otra vez de
tu lado, hasta que el próximo día te busque con
desesperación donde yacen tus restos despedazados por la bomba
lapa terrorista que te apartó de mi lado para siempre. Y me
quiero morir, pero no me muero. Y quiero llorar, pero no puedo. Y la
desesperación y la impotencia me abruman y me hieren, pero
nunca lo bastante como para enloquecerme.
Mis lágrimas se secaron el día que quise meterme
contigo en tu último lecho, para recomponer tu cuerpo y
acompañarte en tu último viaje. Pero no me hiciste
hueco.
Y aterrorizada recomienzo desde mi orilla angustiada el viaje
inacabado hacia el océano amargo donde se va diluyendo mi odio
y aumentando mi soledad.
Amor, ¡qué sola y qué desvalida me siento sin ti!
Porque te sigo queriendo con toda mi alma.
Agur amor.
Alberto
Collantes Fernández
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