LOS VISIGODOS, GRANDES PRECURSORES DE LA HISTORIA
Mi modesta y corta
contribución a este encuentro literario sobre nuestros
antepasados visigodos, va a ir encaminada a mostrar el carácter
precursor, a lo largo de la Historia, de las andanzas y destemplanzas
de los denostados visigodos, un pueblo que era, contra lo que se nos
ha enseñado hasta hace poco, bastante más que una horda
de guerreros, y que, por el contrario, fueron precursores de una
incipiente organización del territorio, ahora llamado España,
y entonces conocido como Hispania. La etimología del vocablo
proviene de la unión del término germano west, oeste, y
godo, es decir, los visigodos eran los godos del oeste, los germanos
del oeste. Juan explicará mucho mejor que yo que este pueblo
procedía de la difusa frontera entre lo que hoy es
Dinamarca y el norte de Alemania.
En los últimos
años, la arqueología medieval ha hallado restos del
poblamiento visigodo, entre los siglos V y VII. Importante es el
núcleo de Alcalá de Henares, y la necrópolis de
Cacera de las Ranas (Aranjuez), en el valle del Tajo, con Fuente del
Moro, Navalvillar y Chancho del Confesionario. En la capital (colonia
Conde de Vallellano) se encontraron una fíbula y dos broches
de cinturón del año 530-550, y un broche en el barrio
de Tetuán de las Victorias.
No voy a caer en la
estupidez de recordar el tesoro de Guarrazar, en el Museo
Arqueológico Nacional. Pero sí debo animaros a todos a
que vayáis a contemplar la impresionante, fascinante y
fenomenalmente estructurada exposición de Toledo sobre el
pueblo godo.
La primera
curiosidad es que fueron precursores, en mi opinión, de una
todavía imperfecta democracia, con sus intentos –tantas
veces fallidos– de que la monarquía no fuera
hereditaria. Pero, sobre todo, con la creación de una ciudad,
Toledo, paradigma de las tres culturas, y que podríamos
comparar, salvando las enormes diferencias culturales, económicas
y de desarrollo, con la actual Unión Europea, ahora que se
cumplen 50 años de su creación. Bien, era sólo
un comienzo, pero algo diferente al concepto monolítico y
totalitario del Imperio Romano.
La segunda
curiosidad es que fueron precursores, por medio de Eurico en el año
476, de la abolición del derecho de costumbre y de venganza
personal. Debo recordaros que esta perversa y antigua costumbre,
basada en el Código de Hammurabi, hoy día aún se
aplica por los musulmanes: eso del ojo por ojo y diente por diente.
Ellos fueron, pues, precursores de esa corriente que ahora se
denomina El Encuentro de las Dos Culturas o las Dos Civilizaciones.
La tercera
curiosidad es lo que se denominaba Concilios, y parece que hubo 34.
Contemplados desde la organización política actual,
eran un anticipo de lo que ahora sería un Consejo de
Ministros. Si bien estaban traspasados por el intento de abandono
religioso del arrianismo. Un tema en el que me vais a permitir que no
entre para no alargar mi charla.
La cuarta curiosidad
es que entiendo que también fueron precursores de lo que luego
sería conocido como Camino de Santiago. Porque todos sabemos
que una parte de esta etnia, los suevos y los alanos, se extendió,
de este a oeste de la Península, por toda la cornisa norte.
Para guiarse, seguro que utilizaron como rumbo la Vía Láctea.
Pero lo más importante, creo yo, es que con ellos empezaron a
traer a la Hispania y la Lusitania nuevos vientos procedentes de
Europa, con nuevas ideas y nuevos conceptos sociales. Lo mismo que
ocurrió con el Camino de Santiago, a lo largo del cual
penetraron en España ideas nuevas y construcciones y
edificaciones –tanto humanas como arquitectónicas–
que contribuyeron, en un proceso lento pero seguro, a sacar del
atraso secular a un pueblo todavía adormecido. Dentro de este
impulso precursor, los suevos llegaron hasta lo que ahora es Coimbra,
el centro cultural y universitario por excelencia de la vecina
Portugal. Que sí, que este emporio del saber, comparable a
Salamanca, no lo impulsaron ellos. Pero, como de tantas otras cosas,
fueron sus precursores.
La quinta curiosidad
(y última para no cansaros) es que fueron precursores de las
invasiones de los vikingos, con la salvedad de que el pueblo
visigodo, que prácticamente desconocía la navegación
o al menos no la practicaba, se extendió casi siempre por
tierra, salvo los cruces geográficos imprescindibles o el paso
de los grandes ríos. Los vikingos, por el contrario, iban a
bordo de naves hechas con láminas superpuestas
horizontalmente, lo que les confería una gran resistencia a
las embravecidas olas, y, sobre todo, permitía que el fondo de
sus barcos fuera casi plano. Así pudieron navegar por el río
Ebro hasta Navarra, y apresar, en su día, a un rey navarro que
liberaron, previo rescate. Y ya es sabido que, remontando el
Guadalquivir, llegaron nada menos que hasta Córdoba. Rebasaría
el marco de este encuentro literario hablar del descubrimiento de
América, la existencia de cuyas tierras no debía caber
ni en las mentes más osadas de los visigodos, un pueblo, no lo
olvidemos, que se dedicaba básicamente a la agricultura, y que
era migrante por la necesidad de encontrar nuevas y feraces tierras.
Porque los visigodos, al igual que afirma El Cid en el poema de Jorge
Guillén, podrían decir: “Por necesidad batallo, /
y una vez puesto en la silla, / se va ensanchando Castilla / al paso
de mi caballo”.
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